sábado, 19 de enero de 2008

Casi una guerra civil - Cuarta parte (FIN)

La opinión pública empezó a plantearse por primera vez de manera seria si podía haber “algo más” en lo que estaba ocurriendo entre su presidente y sus fuerzas armadas y los sucesos de Regina Sacra.

El Ministerio de Comunicaciones intentó a partir de esa semana montar un sistema de “control de contenidos” en los medios, que no era sino una manera de denominar a la tradicional censura.

Por primera vez desde el ascenso de Azhid, los informativos de las principales cadenas criticaron sin ambages la medida, con cierta connivencia con sus jefes, que no querían, a pesar de todo, tener al Estado metido dentro de su empresa.

El presidente, en su faceta de empresario, presionó sobre sus consejos de administración que, reticentes, acabaron por aceptar. Sin embargo, los periodistas no estaban tan dispuestos a colaborar.

El quince de junio, las doce emisoras más importantes del planeta, y muchas de las de menor entidad, comenzaron a nutrir sus informativos con pequeños aunque muy significativos retazos de las noticias que proporcionaban las agencias no-terrestres, y compraron imágenes a HTA. El cambio era lo suficientemente sutil para no provocar despidos, pero demoledor para la política de Azhid.

Cinco días después, las direcciones prohibieron expresamente seguir con esa línea editorial. Los trabajadores de las cadenas publicaron el memorando con las órdenes que habían recibido. A continuación, iniciaron una huelga indefinida.

Quedó, como es lógico, un reducto de trabajadores fanatizados en favor del presidente, que continuaron su campaña de difamación contra todo aquello que no les favorecía. Pero habían perdido su influencia en la sociedad. Y estaban perdiendo también la calle.

Todo estos acontecimientos empezaron a preocupar a Paulov, que temía que comenzasen los asesinatos preparados por el SIC antes de tiempo, así que, una vez más, adelantó los planes de contingencia que tenía previstos, y discretamente, todos los más significativos oficiales y mandos que residían en la superficie empezaron a ser trasladados a las bases que la Armada tenía en órbita. La operación comenzó el once de junio, después de la “rebelión de los medios”, y terminó una semana después, poco antes del inicio de las grandes manifestaciones.

La mayor parte de éstos ni siquiera supieron el motivo de su viaje, y lo achacaron a las necesidades del servicio, que ya en tantas ocasiones les habían obligado a dejar a sus seres queridos y moverse a cualquier punto de la galaxia.

Sin embargo, los operativos del SIC no tardaron en darse cuenta de esos movimientos, y lo comunicaron a sus superiores. Éstos les ordenaron infiltrarse en las bases y seguir observándolos. Pero esa tarea no era fácil, y más con agentes de Inteligencia de la Armada muy al tanto de su contrapartida civil. Por sí solo, ese fue el mayor error que cometió Azhid y que precipitó su caída. Pero todo hay que entenderlo en su contexto.

El yate Olvido era una nave civil reconvertida para su uso por el SIC. Medía cuarenta y cinco metros de eslora por treinta de manga. Estaba erizado de antenas y sensores por toda su superficie. Tenía una quilla plana, con blindaje térmico, ya que tenía capacidad atmosférica. Su tripulación mínima era de cinco personas, pero se encontraban diecinueve a bordo, la mayor parte técnicos y operarios del sofisticado equipo electrónico que llevaban a bordo, y también incluía un pequeño grupo de especialistas en infiltración y sabotaje.

Llegaron a Regina Sacra el 3 de junio. Se materializaron en un lugar alejado del sistema HK-223. Con la energía al mínimo y todos los sensores en modo pasivo, se deslizaron hacia el segundo planeta del sistema, donde las tropas de Torres se encontraban acantonadas.

El 11 de junio estuvieron a distancia de transmisión de la superficie, e intentaron un contacto con la división.

Churruca temía que, aprovechando el conflicto interno terrestre, los piratas intentasen un golpe de mano sobres sus fuerzas, quizá incluso algún ataque contra sus buques. Por eso había desplegado su flota en formación de descubierta, con todos los “oídos” abiertos, y estableciendo una cobertura completa sobre Regina Sacra, de forma que unas naves hicieran de repetidor de aquellas que quedaban ocultas por la masa planetaria del enlace con la nave insignia.

A bordo de la fragata Río Lobos, un jovencísimo alférez de fragata dio un respingo al captar la señal que provenía de algún punto del espacio delante de ellos, e inmediatamente lo comunicó a su superior.

Tan pronto como el capitán de navío Alberto Fernández, comandante de la fragata, fue informado, ordenó un barrido activo de la zona de la que provenía la transmisión, y el yate fue localizado de manera casi inmediata.

Acto seguido, se intentó el contacto con el intruso, que carecía de identificador amigo/enemigo y que no respondía a las llamadas en ninguna frecuencia.

Poco después, el vicealmirante Churruca conocía el hallazgo. Supuso que el ataque ya se estaba produciendo, y ordenó que la Río Lobos junto con la Ardenas y la Nueva Zaragoza capturasen al intruso. Estaban autorizados a destruir el yate si las circunstancias les obligaban.

En cuanto recibieron el haz que los iluminó, la tripulación del Olvido se supo descubierta, e inició una desesperada maniobra de huída. Vieron, con horror, como tres moles de más de trescientos metros cada una se separaban de la flota e iniciaban su persecución.

La capacidad de aceleración de una nave de guerra es muy superior a la de la mayoría de las naves civiles. En algunos casos, más de un diez por ciento del total del buque lo forman sus medios de propulsión. Así, aunque su volumen sea mucho mayor, también lo es la capacidad de propulsar esa masa. La única esperanza del pequeño yate era lograr desmaterializarse antes de que empezasen a disparar sobre ellos.

El piloto tenía dos opciones: lanzarse hacia espacio abierto, o rodear la pequeña luna de Regina Sacra, un cuerpo informe de apenas unas decenas de kilómetros de radio. La primera opción era la más rápida para escapar del sistema. La segunda le daba la oportunidad de ocultarse, al menos temporalmente, de sus perseguidores.

Fernández temía que tras la luna pudiera haber otros vehículos o minas y que los condujeran hacia una trampa, por lo que ordenó a la Nueva Zaragoza que se separase para inspeccionar el lado oculto del satélite, aunque eso retrasase la persecución.

Sin embargo, el Olvido trepó sobre el eje perpendicular de las órbitas planetarias: quería lograr cuanto antes la velocidad mínima de desmaterialización.

Para que una nave pueda activar el sistema de viaje estelar, necesita alcanzar una fracción sustancial de “c”. Cuando se alcanza la velocidad crítica, se activa el motor de salto que, principalmente, genera taquiones que envuelven el navío. Estas partículas, cuyo estado de reposo es la velocidad de la luz, transportan al vehículo espacial hasta el siguiente punto de su ruta, donde el motor de salto se detiene, los taquiones se dispersan, y la nave vuelve a ser “real”.

Un motor correctamente calibrado es casi imposible de rastrear. Sin embargo, no puede tener obstáculos en su camino, ya que causarían daños catastróficos. Muchas naves a lo largo de la historia han desaparecido, jamás se han vuelto a materializar. En la mayor parte de estos hechos, la investigación posterior ha demostrado que en su ruta se había cruzado algún cuerpo celeste.

El espacio no está tan vacío como comúnmente se piensa. Existen átomos de hidrógeno y helio en una mínima concentración. No obstante, no son suficientes para molestar el viaje entre estrellas. Pero cualquier cosa con masa apreciable (a partir de unos doscientos gramos, según los últimos estudios) pueden causar la destrucción del viajero.

Por eso el Olvido intentaba escapar en el eje perpendicular a las órbitas: la posibilidad de encontrar obstáculos en cuanto se alejasen del centro era mucho menor que hacia los bordes del plano del sistema. Su salto sería breve, a cualquier punto entre sistemas. Una vez allí, con calma y soledad, planearían la siguiente escala de su ruta.

Al elegir una trayectoria recta, alejándose del satélite, evitó que las fragatas tuvieran que reducir su aceleración para no caer en la temida e inexistente emboscada, y sus posibilidades de escape se redujeron exponencialmente.

Los buques de guerra tenían entonces dos armas principales para el combate: torpedos y cañones electromagnéticos. Los primeros son grandes misiles guiados y autopropulsados, habitualmente con carga de fusión nuclear, que les sirve tanto de motor como de cabeza de guerra. Los segundos disparan una muy amplia variedad de proyectiles, con o sin guía, sin propulsión propia. Tienen una enorme cadencia de tiro, pero su precisión es relativamente escasa.

Prácticamente desde el primer momento, la Ardenas estuvo en posición de lanzar un torpedo contra el yate. El Olvido podría intentar una maniobra evasiva, más difícil cuanto más aumentase su velocidad, que haría más difícil su escape, o arriesgarse a ser destruido. El tamaño de los Mk IX con los que estaba equipada la flota en el 963 era de dieciocho metros, dos tercios de la eslora total de su objetivo. Incluso un impacto sin cabeza de guerra, dada su energía cinética, podría causar la destrucción de ambos, así que la opción quedaba descartada.

Para usar los cañones, la distancia debía ser muy inferior, ya que al carecer de propulsión, las fragatas, que seguían acelerando, adelantarían a sus propios disparos antes de que estos llegasen a su objetivo.

Finalmente, exactamente dos horas y siete minutos después de iniciar el enfrentamiento, la Ardenas, cuyos motores eran más capaces que los de la más antigua Río Lobos (la Nueva Zaragoza había quedado fuera de posición al rodear la luna), había recortado la distancia lo suficiente para alcanzar su objetivo con una diferencia de velocidad suficiente para causarle daños. Sin embargo, no podían discriminar con precisión el lugar de los impactos, por lo que corrían el riesgo de destruir el yate. La capitán de fragata Nanami Hayasi ordenó hacer fuego desde los cañones de proa con proyectiles explosivos delante del yate. De esta forma, esperaba obligarlo a modificar su trayectoria, disminuir su aceleración y permitir una mejor intercepción.

Los holovideos nos tienen acostumbrados a ver un desplazamiento en el espacio siguiendo la misma mecánica que en un planeta con atmósfera y gravedad. La realidad es bastante diferente. Las naves no se inclinan para girar, ni cambian su vector de desplazamiento como los aviones.

Al ver la barrera explosiva delante de ellos, los tripulantes del Olvido rotaron noventa grados en el eje transversal. Así, el motor quedaba ahora perpendicular a su trayectoria, y con su impulso continuo provocaba que la nave iniciase un movimiento parabólico, alejándose de los proyectiles disparados, pero también reduciendo su velocidad y alargando su ruta de escape.

La Ardenas se había logrado acercar más tras esa maniobra, y se movía inclinada cuarenta y cinco grados respecto a su vector de movimiento. A la distancia a la que se encontraba, podía utilizar proyectiles de guiado térmico. La comandante ordenó una breve salva sobre los propulsores, sin carga de guerra. Aún era sólo un aviso. Si el yate perdía su motor principal, sería difícil detenerlo, ya que carecería de forma alguna de invertir su trayectoria.

Al contrario de lo que se cree, la rapidez no es un problema. Cuando se habla de maniobras en el espacio, cualquier cuerpo mantenido a velocidad uniforme se encuentra en reposo. Para abordarlo tan sólo se necesita igualar esa velocidad, y el resultado será el mismo que si los dos se encontrasen quietos en la superficie de un planeta.

Y es que, en un sistema sin gravedad, uno sólo puede hablar de rapidez o lentitud en relación a otro cuerpo, sea éste un mundo u otra nave.

Así, un solitario cañón electromagnético, el número treinta y seis, situado sobre la parte superior de la nave disparó diez veces. Un minuto después, el Olvido se rendía.

Aún tardarían tres horas en invertir el rumbo del yate y detenerlo finalmente en la zona que la flota controlaba alrededor de Regina Sacra.

En las cinco horas que duró la persecución y captura, los sucesos se habían precipitado en la superficie del planeta.

En la central de transmisiones de la División Especial Número Uno se había detectado el inicio de una señal electrónica que provenía del exterior, y a continuación desplazamientos de combate en parte de la flota.

La general interpretó que Azhid había mandado una fuerza de combate para romper el bloqueo, y que Churruca había interferido las comunicaciones entre la superficie y sus salvadores.

Pensó que la flota difícilmente podría enfrentarse a un enemigo si, al mismo tiempo, debía seguir apoyando a Thomason en el planeta, así que ordenó inmediatamente atacar las posiciones de la brigada de las Tropas de Desembarco.

Teniendo un conocimiento pleno de la situación, como lo tenemos ahora, ese movimiento resulta precipitado y basado en conjeturas traídas por los pelos. Sin embargo, Torres se encontraba en una situación desesperada, aislada y corta de suministros. Si no se rompía el bloqueo en órbita, se vería forzada a una humillante rendición a corto plazo.

Con tan oscura perspectiva, decidió jugárselo todo a una baza, y todos los regimientos de primera línea se movilizaron, disponiendo un frente de avance envolvente sobre los acuertelamientos de sus enemigos.

Los puestos de avanzada de Thomason comunicaron los avances de tropas apenas una hora y media después de que el Olvido iniciase su precipitada huída.

Inmediatamente, Churruca fue puesto al tanto, e intentó contactar con Torres. Los esfuerzos fueron inútiles. La general estaba convencida de que era necesario actuar rápidamente, y que el almirante sólo intentaba ganar tiempo y no tener que dividir su flota entre dos frentes.

Esto dejó al jefe de la flota en una posición muy incómoda. Pero de una manera muy diferente a lo que pensaban en la superficie del planeta. Churruca no quería causar una carnicería entre los que, después de todo, eran sus compatriotas, por muy equivocados que estuviesen; pero si no actuaba, serían sus propias tropas las que iban a ser aniquiladas: sus enemigos habían demostrado mucho menos respeto por la vida de sus semejantes.

Así, dio la orden para que dos cruceros, junto a su nave insiginia, se preparasen para un bombardeo orbital.

Las naves estelares están preparadas principalmente para llevar a cabo ataques contra sus contrapartidas, y normalmente confían en los mucho más precisos cazas de desembarco para llevar a cabo los ataques de superficie. Eso es todavía más cierto ahora que entonces, cuando la práctica totalidad de los buques grandes incorporan un ala de estos ingenios con capacidad atmosférica.

En aquel tiempo, sin embargo, como ya hemos mencionado, las naves tenían un silo de misiles de gran poder destructivo, precisamente pensado para ataques planetarios. Si un crucero medio disparaba todas sus armas de este tipo sobre un lugar sin defensas como Regina Sacra, la superficie entera sería arrasada. No habría supervivientes, ni entre las tropas ni entre los civiles, así que esa opción quedaba descartada.

Los cañones electromagnéticos disparaban unos proyectiles demasiado pequeños para que llegasen a tocar el suelo sin desintegrarse en un planeta con atmósfera, así que no podían usarse para ese cometido. La única opción viable eran los torpedos especialmente diseñados para su penetración planetaria.

Estas armas son propulsadas desde los tubos lanzatorpedos, y constan de una cubierta que se quema en la primera fase del contacto con la exosfera, y el cuerpo que contiene el auténtico proyectil, que puede tener aletas o toberas para su guiado, y diferentes cabezas de guerra. La velocidad que alcanza es más que suficiente para tener una gran capacidad incluso dependiendo de su energía cinética.

Visto desde la superficie, estos ataques parecen una lluvia de meteoritos, ya que lo que se ve son bolas incandescentes que se aproxima a la superficie, aunque la forma del torpedo es usualmente husiforme o troncocónica.

Churruca había preparado el ataque en tres fases que aumentarían en intensidad. La primera consistía en un bombardeo de barrera entre ambas tropas, saturando el terreno que tenían que cruzar las fuerzas enemigas.

Si esta advertencia no era suficiente, la segunda fase lanzaría sus armas directamente sobre las tropas de avanzada y las bases aéreas que hubieran lanzado sus aviones al combate.

En la tercera fase estaba contemplado el total aniquilamiento de la División, incluyendo sus cuarteles de retaguardia y el Estado Mayor.

Dos horas y diez minutos después de empezar la persecución del Olvido, El Halcón, el Danubio y el Grozni lanzaron cincuenta y seis torpedos con una gran carga convencional, antes de que la distancia entre los contendientes fuese demasiado pequeña para poder efectuarse sin riesgo.

Las explosiones no se vieron desde el espacio, pero en la superficie fue un espectáculo grandioso y aterrador. Se conservan grabaciones en dos y tres dimensiones, realizadas desde la zona de Thomason. Estas últimas son especialmente espectaculares, ya que se aprecia como los ingenios bélicos se aproximan desde detrás de los cámaras envueltos en llamas de color naranja, dejando tras de sí una estela gris y con un ruido ensordecedor. Descienden trazando una perfecta figura de abanico, e impactan en el suelo varios kilómetros delante de ellos, activando al mismo tiempo la cabeza de guerra, lo que produce una aún enorme bola de fuego a lo largo de unos seis kilómetros de longitud, y enviando al aire grandes masas de tierra y piedras pulverizadas que más tarde caerían como una lluvia sobre las posiciones de ambos bandos.

Torres podía ser una fanática, pero no era estúpida. Con los limitados datos que disponía, podía inferir que lo que había ocurrido era por uno de los tres siguientes motivos: o bien Churruca había logrado retrasar la batalla espacial lo suficiente como para bombardearla, o había dividido su flota entre ambos frentes por algún motivo… o su información era totalmente errónea desde el principio. En cualquier caso, si desde la órbita podían desatar ese poder de fuego, no tenía posibilidad alguna de victoria. Ni siquiera de supervivencia.

Quizá pasara por su cabeza intentar seguir el ataque, confiando en que Churruca no seguiría adelante, pero debió descartarlo casi de inmediato. Realmente solo tenía dos opciones: el suicidio en masa… o la rendición. No creo que hubiera pasado por su cabeza intentar volver al status quo anterior a su avance.

Sus biógrafos siempre dijeron que, cuando ordenó interrumpir el avance y volver a sus bases a todas las unidades, lo hizo en voz baja, derrumbada sobre una silla en la sede del Estado Mayor, con la guerrera desabotonada y una palidez mortal en el rostro. Puede ser parte de la leyenda del incidente, pero es perfectamente creíble, dado su carácter enérgico y con tendencia al enfado, y lo realmente desesperado de su situación.

Cuando volvió a recibir la llamada del almirante, decidió atenderla. Sabía perfectamente lo que iban a discutir: los términos de su entrega y desarme.

Aún no se habían acabado los incendios causados por el bombardeo orbital, cuando una lanzadera trasladaba a Torres y su cúpula de oficiales al Halcón para comunicarle su arresto como responsables de rebelión armada y genocidio, como cargos más graves, amén de muchos otros delitos menores.

Posteriormente, fue trasladada de nuevo al planeta para que controlase a su personal mientras se procedía a desarmarlos y preparar el regreso de toda la División a La Tierra.

La rendición de las “Tropas de Élite”, sin embargo, podía resultar beneficiosa para Azhid para aumentar su beligerancia contra sus opositores. Churruca lo sabía, y por eso no envió inmediatamente un módulo de comunicaciones con las novedades. En su lugar, esperó a que su sección de Inteligencia revisara el capturado Olvido, esperando encontrar alguna evidencia, por pequeña que fuera, que pudiera reforzar su posición. Y le sonrió la suerte.

Se encontró el comunicado que el presidente había grabado personalmente para su escogida general. En él explicaba una delirante teoría según la cual gran parte de la población estaba manipulada por “sus enemigos”, y que para mantener el orden sería necesario imponer el orden con mano militar. Le ofrecía el puesto de Ministro de Defensa tan pronto como solucionase la situación en Regina Sacra, y daba a entender que esperaba que en La Tierra actuase de manera similar.

También contaba que “los agitadores” contaban con el respaldo de parte de la Oficialidad de la Armada, pero que ya existían planes para resolver esa contingencia. Puedo imaginar el escalofrío que recorrió la espalda del almirante al imaginar “los planes” que podía haber ideado Azhid contra sus amigos y compañeros de profesión.

Finalmente, Azhid afirmaba la necesidad de imponer “medidas extraordinarias” para controlar la situación, incluyendo la “suspensión temporal de las garantías constitucionales y el proceso electoral”. En otras palabras: como los librepensadores advertían una y otra vez, preparaba un golpe de Estado, como tantos otros megalómanos a lo largo de la Historia.

Esa era la información que Churruca quería transmitir a sus superiores, y tan pronto estuvo codificada, fue enviada al Estado Mayor de la Armada.

Mientras la crisis en Regina Sacra acababa, en La Tierra las cosas distaban de volver a la sempiterna paz. Azhid estaba estudiando seriamente utilizar a tropas militares para controlar a la población civil, y como se descubrió más tarde, al analizar los documentos que dejó en el Palacio Presidencial, había previsto una represión tan salvaje y calculada como la que habían llevado a cabo las tropas de Torres.

Sin embargo, aconsejado por los miembros más moderados de su gabinete, intentó realizar una demostración de su poder en la calle, y fue convocada una manifestación de apoyo al Gobierno y contra “los agitadores” (curiosamente, la amenaza pirata se había difuminado hasta desaparecer de sus discursos. En el espacio, sin embargo, seguía siendo igual de peligrosa).

Se fletaron medios de transporte especiales, se habilitaron alojamientos especiales, abundante comida y regalos para favorecer la participación, y los medios de comunicación que aún le eran afines realizaron una espectacular propaganda.

Azhid consiguió concentrar más de un millón de personas en su apoyo el día veinticinco de junio, la mayoría, enfervorizadas y con cierta tendencia a la violencia. Se registraron algunas agresiones, especialmente contra reporteros que eran considerados “opositores” por los afines al presidente. En general, la concentración pudo ser considerada un éxito, incluso si los servicios de propaganda no hubieran multiplicado por diez la cifra de asistentes.

Una semana después, fueron los partidos políticos de la oposición, junto a una cantidad de agentes sociales de todo tipo los que convocaron su propia marcha en la capital.

Al contrario de lo ocurrido siete días antes, se disminuyó al mínimo la entrada de transportes públicos a la ciudad, se prohibieron las acampadas, y se hizo todo lo posible para evitar la llegada de manifestantes.

Sin embargo, prácticamente diez millones de personas, ésta vez de verdad, se presentaron ese día a la cita, desbordando todo lo previsto por los organizadores, incluso superando la capacidad de absorción humana de la ciudad, que no recuperó la normalidad hasta tres días después.

Públicamente, se intentó minimizar y desprestigiar la marcha, pero ni a los fieles al partido en el poder se le escapaba la realidad: la “rebelión informativa”, la oposición de la Armada, el empeoramiento de las condiciones de vida, las huelgas que se sucedían, la violencia que crecía y la cada vez más obvia restricción de las libertades estaba haciéndoles perder su apoyo popular.

Azhid comprendió que tenía que acelerar su toma del poder absoluto, o no sería capaz de lograrlo… y para eso necesitaba el control de la flota: era el momento de ordenar el asesinato de los oficiales que llevaba planeado desde hacía dos meses.

Para entonces, el módulo de comunicaciones con los sucesos de Regina Sacra ya estaba en manos de Paulov.

El veterano almirante estudió durante muchas horas su siguiente paso. Básicamente, tenía dos opciones: ordenar a sus tropas la detención del presidente, o poner lo hallado en manos del Tribunal Supremo.

La decisión era cualquier cosa menos fácil. Paulov no sabía hasta donde llegaba la larga mano del partido del gobierno. Si los jueces eran adeptos a su causa y no a la Ley, quedaría en una posición muy delicada, ya que usarían los resortes internos para hacer desaparecer la evidencia, o desacreditarla con fuerza suficiente. Si eso ocurriera, la guerra civil sería un hecho inmediato, a menos que dimitiera y se sometiese al consejo de guerra que con toda seguridad le formarían.

Si, por el contrario, enviaba a sus hombres a arrestar al presidente, como poco podría ser considerado un golpe de estado, y además perdería el valor probatorio de la información que poseía. En el peor de los casos, podría ser que realmente se viera obligado a nombrar un gobierno militar, siquiera provisional, con lo que realmente se habría suspendido el orden constitucional, quién sabe con qué repercusiones. Como dijo en un entrevista dos años después de esta crisis, “Estar del lado de la razón no implica poder saltarse los medios legítimos para imponer un determinado criterio”.

El anciano no estaba preocupado por su persona, sino por la deriva a la que una Tierra en dictadura podía arrastrar a la galaxia entera. Sin la Armada, Azhid no tenía posibilidades de extender su mano de hierro, ni siquiera a las colonias del Sistema Solar. Pero si obtenía el control de la flota, las consecuencias serían incalculables.

En cualquier caso, la situación era extremadamente complicada. Quizá ninguna de las opciones fuera buena al final, y La Tierra y sus colonias estuvieran abocadas a un inevitable y arrasador conflicto.

Finalmente, a la mañana siguiente convocó a todo el Estado Mayor de la Armada, y, tras tan sólo una hora de deliberaciones, a las nueve partió una delegación hacia la sede del Tribunal Supremo, presidida por el propio Paulov.

La Flota que permanecía en los cuarteles generales fue puesta en máxima alerta, y se despachó un módulo para que la mayor parte de las unidades de la Fuerza de Tareas 58 volviera a la base. No obstante, en el mejor de los casos, tardarían aproximadamente un mes y medio desde la emisión del mensaje hasta que su regreso se hiciera efectivo.

Las naves que realizaban las maniobras “Azul Profundo” volverían también por esas fechas. Y sería el momento más tenso, donde se dilucidarían las lealtades y quizá el destino del planeta.

El presidente del Tribunal Supremo en 963 era Antón Palacios. Tenía ochenta y tres años, y se rumoreaba que era afín a las ideas del partido gubernamental. De buena cuna, había pertenecido desde siempre a la élite económica de la ciudad. Quedó huérfano muy joven, y como heredero de una más que respetable fortuna, se caracterizó por las impresionantes fiestas para estudiantes que organizaba en sus posesiones.

A la edad de treinta años conoció a la que sería su esposa, María Semanova, doce años mayor que él, que causó tan honda impresión en el Joven Antón que en poco tiempo abandonó la vida de disipación y entró a trabajar en la judicatura, dentro de la cual ascendió lenta pero constantemente.

Siempre se mantuvo estrictamente al margen de cualquier intriga o juego político, pero sus amistades y relaciones sociales eran indudablemente pro-Azhid, y esa macha una y otra vez caía sobre él.

Aquella mañana atendió personalmente a Paulov, y se mostró receptivo a los datos que le proporcionó, si bien con un natural escepticismo.

Cuando finalmente quedó en soledad con todas las evidencias sobre la mesa, quedó tan atribulado como lo había estado el jefe de la Armada unas horas antes.

Palacios era consciente de la tensa situación en la que se estaba sumiendo el país, y sabía que sus acciones podían acabar de incendiarlo, o devolverlo a la calma.

Según admitió después en su biografía, le sorprendió mucho la forma de actuar de Paulov. Como observador externo que era hasta ese momento en la “gran partida de ajedrez”, pensaba realmente que los militares estaban planeando un golpe de estado para deponer un gobierno que simplemente no les gustaba. Pero si fuese así ¿por qué acudían al Tribunal Supremo, en vez de simplemente utilizar los datos para tomar el poder? La Armada le había entregado todos los datos sin pedirle nada a cambio. Sin ultimatums. Sin exigencias. Eso no cuadraba con la que hasta entonces era su idea de las cosas, que quizá habría que cambiar.

Reunió al Pleno del Tribunal, y expuso la situación con crudeza. Sabía que entre los magistrados había varios que eran abiertamente adeptos al presidente, pero aún así los reunió: la legalidad no permitía otra opción.

Se designó un juez instructor, que se encargaría de llevar a cabo la investigación. Al ser una causa contra el Jefe del Estado, ese honor recayó sobre su Presidente. Su primera medida fue decretar el secreto de todas las actuaciones.

Al día siguiente, los periodistas que seguían los dictados de Azhid atacaron al Tribunal Supremo y a su presidente con la furia que normalmente guardaban para los militares. De ese modo comprendió Palacios que había habido una filtración desde el Juzgado. Igualmente entendió la manipulación a la que sometía el gobierno a través de los medios afines a toda la población. Y pudo ver la dificultad a la que se iba a enfrentar en cada paso de la investigación.

No tardó mucho en comprender que Azhid le estaba negando el acceso a los datos que legítimamente requería, utilizando medios abiertamente ilegales.

Mientras la investigación seguía su curso en la superficie, un pequeño grupo de mercenarios contratados por el SIC había llegado al Sistema Solar para asesinar a los más significados oficiales navales, siguiendo los ominosos planes para conseguir cambiar de manos la fuerza de combate más efectiva de la galaxia.

El servicio de Inteligencia de la Armada fue consciente de su llegada casi instantáneamente. En una arriesgada jugada, decidieron dejar que dieran el primer paso, para detenerlos en el momento que más comprometido resultase.

Al estar la mayoría de los militares en sus destinos, los asesinos tendrían que infiltrarse en alguna de las bases orbitales, y la seguridad en el interior de sus instalaciones era asunto completamente militar.

La oportunidad se presentó el 16 de julio, cuando seis personas intentaron entrar en la estación orbital Tierra-7 y poner una bomba en la habitación del capitán de navío Ezembe Mdele. Un contingente de policía militar, acompañados de dos oficiales de Inteligencia les arrestó en el propio dormitorio, antes de lograr activar el ingenio. Ni siquiera presentaron resistencia.

Fueron entregados a la Justicia civil, y sufrieron dos intentos de asesinato casi inmediatamente.

Azhid se veía completamente atrapado. Cuando la noticia de la detención de los asesinos se conoció, a pesar de los intentos de la red de comunicación adepta al presidente por ocultarla, varios de los miembros más moderados del gobierno dimitieron, y veinte comisionados de su partido pasaron al Grupo Mixto. Con eso, Azhid perdía la mayoría parlamentaria. Casi inmediatamente tuvo que enfrentarse a una moción de censura, que no llegó a celebrarse.

Completamente acorralado, sin apenas credibilidad ni en la sociedad ni en el Parlamento, sólo tenía una manera de continuar en el poder: utilizando la fuerza.

Sin embargo, la policía civil había ya dado muestras de desobediencia en la represión de manifestaciones, y mantenía un conflicto con visos de volverse una huelga activa. Su único recurso era la División Especial Número Dos, acantonada en Marte… Pero necesitaba alguna forma de traerla a La Tierra, violando así la prohibición de presencia de Fuerzas Armadas en el planeta.

En ese momento, sus líneas de comunicación estaban intervenidas por orden de Palacios, y su contacto con las tropas “de élite” fueron lo suficientemente alarmantes para ordenar su detención inmediata.

Pero no llegó a ejecutarse tampoco. Avisado por sus aún fieles informadores en el Tribunal y en la policía, y ante la imposibilidad de la huída, Amhed Azhid se suicidó en su despacho la noche del 18 de julio de 963.

Sin embargo, con su muerte no acabó la crisis de un día para otro. Todo el Estado se encontraba tan polarizado y tan maltrecho que costaría casi veinte años acallar las últimas rencillas entre ciudadanos.

Se convocaron Elecciones Generales casi de inmediato, que fueron ganadas por una aplastante mayoría por Zurcco Benjamín que, sin embargo, formó un gobierno de unidad nacional.

En los siguientes años se fue devolviendo la independencia a los medios de comunicación, aunque eso significó que de manera inmediata, los más ultras servidores de Azhid montasen una serie de teorías conspirativas que sólo convencían a sus más fieles oyentes, incluso en algunos casos incitasen, sin éxito, a la revolución.

Los conflictos sociales fueron resueltos poco a poco. A medida que la situación se normalizaba y la economía se estabilizaba, la mayoría de ellos simplemente perdieron su razón de ser.

La general Cristina Torres fue juzgada militarmente y expulsada de las Fuerzas Armadas. Podía haber sido condenada a más de veinte años de prisión. El resto de su Estado Mayor fue absuelto a pesar de las evidencias en su contra. Las “Divisiones Especiales” fueron disueltas. Sus miembros pudieron elegir integrarse en las Tropas de Desembarco, pero la mayoría pidieron la licencia. Sólo cinco de ellos, incluido un teniente fueron condenados por delitos de lesa humanidad, por su participación en los asesinatos masivos de Regina Sacra.

La Fuerza de Tareas 58 fue aclamada a su llegada a La Tierra, pero la mayor parte de ellos se sentían derrotados por los sucesos que habían tenido que vivir, y la lucha entre compañeros de armas. La brigada desplegada en el lejano planeta permaneció allí cinco años más, hasta que finalmente fue construia una base orbital, y se estableció un destacamento permanente de la Armada.

Regina Sacra sería integrada como Colonia de La Tierra en 992, y en ese estadio permanece, al ser demasiado pobre en recursos para obtener su independencia.

La Armada volvió a patrullar las rutas y luchar contra piratas, cuya actividad descendió para volver a incrementarse a principios del milenio siguiente. La primera cincuentena del segundo milenio de nuestra Era fue especialmente dramática, hasta la derrota de los Reyes Pirata en 1056.

Paulov fue considerado por muchos el héroe del momento, y propuesto para grandes honores y felicitaciones. Sin embargo, sentía que había actuado contra sus más fieles principios al oponerse a su superior natural, el Presidente de La Tierra. En enero de 964, dimitió y se retiró para seguir una vida tranquila a las orillas de su natal Mar Negro, donde concedió ocasionales entrevistas hasta su muerte.