martes, 28 de agosto de 2007

Casi una guerra civil -- Tercera Parte

No obstante, Thomason, de acuerdo con el almirante, no realizó ninguna acción ofensiva. Se limitó a evitar que las tropas de la División Especial continuasen sus excesos sobre los habitantes del planeta.

Pero Torres se había retirado de todas las ciudades, en las que podía temer contraataques de los milicianos locales, dispersándose en una gran área a doscientos kilómetros al norte de la capital. Aislada en territorio hostil, sabía que era cuestión de tiempo que se viera forzada a rendirse por falta de suministros. Así que jugó la única baza que le quedaba, y en los días sucesivos intentó contactar mediante canales seguros con aquellos comandantes que estimaba que eran más cercanos a su causa. Sólo en dos naves de transportes de tropas encontró eco.

En el Halcón sabían desde el principio de esas transmisiones, en primer lugar porque los comandantes implicados lo habían reflejado en sus cuadernos de bitácora y en los informes que remitían regularmente al jefe de la Fuerza de Tareas.

Establecida una férrea vigilancia electrónica, Churruca supo de la receptividad de los comandantes de los dos transportes, pero decidió no actuar. Los módulos de comunicaciones despachados hacía varios días con su decisión de obligar a la Fuerza de Élite a volver a la legalidad habrían llegado ya a sus destinos, y suponía que se habría desatado una tormenta de proporciones colosales en la metrópoli.

El jefe de la Fuerza de Tareas 58 no se equivocaba ni un ápice. Las informaciones transmitidas cayeron como una bomba en la Sede del Consejo de Colonias y en el Palacio del Presidente. En la sede del Estado Mayor, para Paulov fue algo que estaba esperando, salvo que quizá había ocurrido antes de tiempo. Hubiera preferido disponer de seis meses adicionales para estar preparado totalmente para lo que iba a ocurrir a continuación: Azhid intentaría crear un cisma en las Fuerzas Armadas, y si lo conseguía, la guerra civil en la nación más poderosa de toda la Galaxia conocida sería un hecho de consecuencias imprevisibles. Tan grandes que podría destruir la civilización y devolver a los seres humanos al estado anterior a los viajes estelares.

Sin esperar la reacción del Presidente, Paulov ordenó la ejecución de unas maniobras alejadas de la metrópoli. En esos ejercicios, que habían sido diseñados precisamente para esa eventualidad, participaría la mayor parte de las naves cuyos comandantes eran más o menos simpatizantes con la causa de Azhid. De esta manera, tendría varios días de reacción en el caso de que alguno de ellos decidiera rebelarse.

Aquellos elementos que no podían partir de manera inmediata fueron enviados a dique seco para mantenimiento, y autorizados grandes permisos para la mayor parte de sus dotaciones.

Algunas otras unidades menores fueron enviadas a diversas misiones por las rutas comerciales, reduciendo al mínimo la presencia de unidades en el arsenal principal de la Armada.

En el sorprendentemente breve plazo de treinta y seis horas, sólo quedaban inmediatamente disponibles tres acorazados, doce cruceros de diferentes tipos y alrededor de medio centenar de unidades menores.

La premura de Paulov había evitado que las noticias sobre los sucesos de Regina Sacra llegasen a sus subordinados, y la práctica totalidad había partido a sus misiones sin saber lo ocurrido.

El presidente tardó en asimilar lo que había ocurrido. Según dejó escrito su secretario personal, Hammal Hadidi, después de ver todo el contenido del módulo de comunicaciones de Churruca, la primera intención de Azhid fue cursar una orden de arresto contra éste, y enviar a la segunda División Especial para continuar la “limpieza” del planeta.

Sin embargo necesitaba a la Armada para poder llevar a cabo sus planes, así que intentó contactar con Paulov, pero recibió dos dilatorias contestaciones: el almirante intentaba culminar su plan antes de entrevistarse con el presiente.

Llegaron entonces los informes del Ministerio de Defensa sobre la partida de gran cantidad de buques a las maniobras “Azul Profundo”, y Azhid, que no era precisamente tonto o poco hábil, entendió lo que estaba pasando.

Inmediatamente, cursó un Decreto ordenando detener la partida de cualquier unidad de combate de la Armada. Sin embargo, consideraciones legales aparte, ya era tarde. Paulov había concluido el despliegue de sus medios.

Toda la maquinaria mediática a disposición del rico empresario metido a político se volcó a partir de entonces no sólo contra los piratas, sino contra Churruca y Paulov, en un desbocado e inexorable desgaste que pusiera a la opinión pública contra ellos.

Al mismo tiempo, el recién creado SIC investigó y sondeó a todos los mandos de la Armada que se encontraban en La Tierra, incluidos aquellos que se habían retirado en fechas recientes: necesitaban saber quienes estaban dispuestos a asumir cargos importantes... incluso en contra de sus compañeros de armas.

El módulo de transmisiones causó en el Consejo de Colonias una indignación de tal magnitud que incluso hubo proposiciones de acciones bélicas contra La Tierra. Sin embargo, la manifiesta inferioridad militar y las necesidades comerciales de los veinticuatro miembros restantes decidieron un curso de actuación más moderado.

El contenido completo fue entregado a la prensa y, como una bola de nieve, se esparció por cada uno de los mundos habitados, incluidas las colonias de La Tierra, incluso dentro del propio Sistema Solar. De poco sirvió que los medios afines al partido del Gobierno lo tacharan de falsedad, o llamaran traidor a Churruca: la población de la galaxia entera estaba poniéndose en contra de Azhid.

Secretamente, los cinco Estados que tenían una flota digna de tal nombre, crearon el que sería conocida como “Acuerdo Nakajima-Everest”, por el que se comprometían a ayudar a las fuerzas “constitucionalistas” en el más que probable caso de una fractura en el seno de la Armada de la Tierra.

Al retirar fuerzas de las patrullas contra piratas, los ataques de éstos aumentaron, lo que sirvió al embajador terrestre en el Consejo para acusar al resto de los miembros, una vez más, de connivencia; incluso se permitió el lujo de amenazarles con el uso de la fuerza. Pero los demás sabían que esa amenaza estaba vacía de contenido.

Así, quince días después de que Churruca decidiese actuar según la Ley —que, entonces como ahora, sigue estando por encima de las órdenes—, el Consejo de Colonias estaba decidido a apoyarle, la opinión pública de todos los lugares habitados salvo La Tierra también estaban de su lado, y la Armada, parecía que así iba a seguir.

Todo iba a depender de los apoyos que el SIC consiguiera para la causa de Azhid entre los mandos militares, y en cómo influyera en ellos la opinión pública.

A finales de mayo del 963, la situación se encontraba en un extraña situación de calma. En Regina Sacra, la Flota y la Brigada de Tropas de Desembarco mantenían aislada la División de las “fuerzas de élite”, que mantenía una tensa espera mientras las provisiones iban menguando día a día.

En La Tierra, Azhid no quería emprender ninguna acción contra la cúpula militar sin saber que iba a ser respaldado por fuerzas suficientes. Si calculaba mal sus posibilidades, podía ser él quien se encontrase depuesto de su cargo.

En el Consejo de Colonias, los firmantes del Acuerdo Nakajima-Everest estaban reuniendo sus fuerzas y creando los organismos de control adecuados para funcionar coordinadamente. Y expectantes. Muy expectantes.

Sin embargo, había una variable que ninguna de las partes implicadas en esta historia tenía en cuenta. Hay quien dice que Inteligencia de la Armada tuvo al menos algo que ver, pero lo cierto es que tanto Paulov como la vicealmirante Ana Cheng, jefe de ese servicio, siempre lo negaron, y cuando los documentos de aquella época fueron desclasificados, no aparece ni una sola referencia.

Los medios de comunicación, como entidad, estaban firmemente en manos del presidente. Sin embargo, las personas que lo formaban, no. Los periodistas eran seres humanos tan sensibles como los demás, y tenían acceso a la información cruda que llegaba tanto de Regina Sacra como de los desmanes que estaban ocurriendo en las colonias del Sistema Solar.

Entre los principales comunicadores del planeta existían dos grandes grupos: aquellos que seguían fielmente el credo del partido de Azhid y creían las mentiras que ellos mismos proclamaban, y los que no se apartaban de la línea editorial marcada a pesar de sus ideas y su conciencia.

El diecinueve de mayo del 963 se reunieron por primera vez un grupo de importantes periodistas pertenecientes a este segundo grupo. Poco a poco, la semilla de la “rebelión informativa”, como la denominaron aquellos que siguieron fieles al presidente, se fue extendiendo, y se fue preparando un plan de acción, que no estaría listo hasta la segunda semana de junio. Siendo un secreto a voces, resulta difícil explicar cómo no trascendieron a tiempo estas reuniones ni al SIC ni a Inteligencia de la Armada.

Finalmente, Azhid fue informado por sus agentes secretos de los mandos de la Armada que podrían tomar partido abiertamente contra Paulov. Y los datos no eran muy halagüeños. Tenía un grupo de unos cincuenta, aproximadamente, la mayor parte de ellos jóvenes oficiales con menos de quince años de servicio. Además, había algunos vicealmirantes y almirantes retirados. Y en ellos debía confiar.

El presidente confiaba en estos últimos para reemplazar a Paulov por alguien afín, y de esta manera recuperar un poder que sentía que se le escapaba entre los dedos.

Sin embargo, se encontró con dos problemas principales: necesitaba una excusa para poder cesarlo, y necesitaba que, entre la terna de posibles sustitutos, se encontrase alguno de los que pensaba que estaban de su parte. Dado que era la propia Armada quien designaba a los tres elegibles, era improbable lograr meter alguno. Además, aunque el reglamento lo permitía, era muy extraño que se designase a un almirante retirado para el puesto de jefe del Estado Mayor.

Azhid sabía que tenía que cambiar el curso de los acontecimientos. No podía cursar órdenes a la Armada que ésta pudiera desobedecer, ya que peligraría su poder y, probablemente, se vería obligado a dimitir: necesitaba contar con la fuerza para continuar su mandato; incluso, si pudiera, para perpetuarse en el cargo.

Como medida interina, despachó un yate del SIC a Regina Sacra con el objetivo de contactar con sus fuerzas, recabar información y transmitir apoyo que levantase la moral, que suponía bastante baja.

Según se dedujo de los documentos que se encontraron en el palacio presidencial cuando la crisis del 963 acabó, Azhid había previsto un plan de emergencia. No quería llevarlo a cabo, dado que representaría un alto riesgo de enfrentamiento directo con la Armada, y sabía que no podía prevalecer.

El presidente veía a la Armada, y especialmente a Paulov, como un rival, como alguien opuesto directamente a su política, y no como una entidad fiel al orden constitucional. Por eso no podía comprender que el Estado Mayor no tenía la intención de menguar su poder, sino de mantener la legalidad vigente.

El arriesgado plan consistía en realizar una serie de contactos activos con aquellos espacialistas más susceptibles a su doctrina, y tantear la posibilidad de hacerse con el control de tantos buques como fuera posible, para realizar por la fuerza lo que no podía llevar a cabo mediante su autoridad. El hecho de tener fuera del Sistema Solar la mayor parte de las naves, paradójicamente, podía servir al presidente para lograr el golpe con una mayor facilidad. Al regresar el resto de la flota se encontraría con un cambio de poder en la cúpula que, esperaba, aceptarían sin mayor esfuerzo.

Azhid sabía que si iniciaba esos contactos, Paulov sabría de ellos con toda seguridad, y que existía la posibilidad de que iniciase algún tipo de acción directa para derrocarle. Con esa idea en la mente, ordenó al SIC que estudiase la posibilidad de detener o asesinar a los más carismáticos líderes de la Armada.

Sin embargo, su servicio de Inteligencia carecía aún de la capacidad necesaria para un trabajo de tal magnitud, por lo que estableció una subcontrata con una empresa de mercenarios con sede en Alfa Centauro.

El gobierno de esa colonia libre, miembro fundador del Consejo, supo casi inmediatamente de los hechos, y al poco, el Servicio de Inteligencia de la Armada de La Tierra tuvo conocimiento de ello.

Así, antes de iniciar el plan para apoderarse de la Armada, Paulov ya sabía de la consecuencia de aquel: el asesinato de sus más estrechos colaboradores.

El nueve de junio del 963, durante el informativo de máxima audiencia de la cadena de holovisión CGHV, su presentador estrella, Antonio Martín Gaudés, reputado y carismático, con casi cuarenta años de liderazgo indiscutible, leyó un comunicado sobre la manipulación informativa a la que se veían forzados por parte de la dirección de la emisora.

Tardaron casi diez minutos en suspender la emisión. La mayor parte de los técnicos no tenían conocimiento de las reuniones secretas; sin embargo, algunos eran leales a su locutor, mientras que otros simpatizaban con su declaración.

Dado que Martín era una estrella y tenía ciertos privilegios, en la cadena admitieron su desliz, con la condición de no salirse del tiesto de nuevo.

Era una jugada bien estudiada, ya que las demás emisores se hicieron eco del incidente, en algunos casos incluso emitiendo el discurso íntegro. Cuando las direcciones intervinieron, las señales ya habían llegado al gran público.

La opinión pública empezó a plantearse

Los mandos son trasladados fuera de La Tierra, a instalaciones militares.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Casi una guerra civil -- Continuación

Gracias a los consejos de Miguel y de Mig, entre otros, la historia sigue adelante... Aún queda para la conclusión, peror aún así espero que os guste la continuación...


No sé por qué el formato se altera como le da la gana... Pero estoy trabajando en ello. Esperad algunas ediciones estilísticas los próximos días...


Resistiéndose a disparar sobre sus compañeros, los pesados cazas de desembarco aceleraron para interponerse entre las naves de evacuación y los atacantes. En ese momento, era ya muy probable que sus pilotos intuyeran que los fanáticos “de élite” lanzarían de todas formas sus armas sobre naves desarmadas, y la desesperación debió ser difícil de soportar.

La mayor velocidad de los Mk.88 les permitió completar la maniobra justo a tiempo de detectar el lanzamiento de media docena de misiles hacia las naves que trataban de proteger.

Además de los Rayo de corto alcance, los Mk.20 estaban equipados con hasta cuatro misiles Grieta, con un rango comprendido entre los dos y los cuarenta y cinco kilómetros. Su mayor tamaño, y su guía por el rebote de ondas electromagnéticas los hacían más vulnerables a las contramedidas y a las maniobras bruscas.

El objetivo de los Grieta eran tres aviones antigravitatorios que utilizaban la misma tecnología de propulsión que los Mk.19 y Mk.20. Su misión era el transporte de tropas y material, por lo que sus capacidades de combate y maniobra eran prácticamente inexistentes, y aún más teniendo en cuenta que estaban optimizados para largos periodos de vuelo estacionario, lo que reducía aún más sus aptitudes para el desplazamiento horizontal.

Los Mk.88, avanzaron hacia los misiles que se aproximaban y utilizaron su amplio abanico de emisores de interferencias activas y señuelos para causar una disrupción en la señal de guía de los mismos. De esta manera, sólo uno logró traspasar la improvisada barrera electrónica. Pero un misil era más que suficiente.

El transporte que avanzaba más adelantado, el encargado de proporcionar reconocimiento previo y apoyo por el fuego a la evacuación, resultó alcanzado por un impacto directo. Según se puede ver en la película que se conservan del incidente, grabada desde los otros dos vehículos, la explosión destruyó completamente el aparato. A tierra sólo cayeron restos incendiados y desperdigados. Sus cuatro tripulantes murieron instantáneamente.

Aún entonces, y siendo dolorosamente conscientes de lo que había ocurrido, los cazas de desembarco no dispararon. Después de todo, en más de cuatrocientos años no había habido ningún enfrentamiento entre habitantes de La Tierra, y los pilotos se negaban a aceptar la realidad.

No debería extrañarnos este comportamiento: hoy en día pasaría lo mismo si cualquier militar se viese en la misma situación. Cuesta aceptar que los habitantes de La Tierra puedan pelear entre sí. Quizá llegue el día en que nos cueste hasta pensar en agredir a otros seres humanos. Pero sin duda ese momento aún está lejos.

El jefe de la Unidad Aérea del Ala 87 era el capitán de navío André Moreiras, un hombre de sesenta y cinco años que había nacido en una de las estaciones orbitales de Júpiter. Su carrera había sido un historial de continuas superaciones, empezando por su acceso a la Armada de La Tierra, siempre difícil para aquellos que no nacidos en el mundo matriz. Otro de los hitos fue su especialización como piloto de desembarco cuando nunca había pisado la superficie de un planeta.

Pero la culminación de su carrera aún tardaría en llegar algunos años, en 986, cuando ideó un arriesgado plan para utilizar su ala como plataforma de defensa orbital ante un ataque espacial, una misión para la que sus aparatos nunca habían sido diseñados, pero que salvó la vida de cientos de miles de personas en la colonia de Caledonia.

No obstante, para eso aún faltaba mucho tiempo. El 12 de mayo de 963, Moreiras estaba en el Centro de Información de Combate del portacazas Alberto Santos Dumont, en una órbita geoestacionaria sobre la tragedia que se representaba debajo. Había autorizado dos veces a sus subordinados a disparar, y había sido horrorizado testigo de la destrucción del transporte de la brigada de Thomason.

Las circunstancias habían cambiado, a peor si cabe, y se había cruzado la línea entre la potencia y el hecho. No había tiempo para solicitar instrucciones adicionales a Churruca. Ante la certeza de que los transportes iban a ser destruidos, así como la patrulla atrapada, dio la orden directa de abatir las naves atacantes.

Los Mk.88 recibieron el acicate que necesitaban para actuar. Demasiado cerca para utilizar sus armas de largo alcance, lanzaron dos multimisiles Panal, con la esperanza de que alguna de las submuniciones alcanzase los Mk.20 o, al menos, les hiciese alterar su ruta.

Los multimisiles Panal, fabricados por la empresa terrestre Manufacturas Tecnológicas del Nilo, consistían en un contenedor cohete que utilizaba una guía inercial para dirigirse hacia el blanco y, al llegar a una distancia predeterminada en el momento del lanzamiento, propulsaban algunas decenas de pequeños ingenios, cada uno con un diferente sistema de guiado (por masa, por calor, por sonido y por rebote de emisiones electromagnéticas), con la esperanza de que alguno alcanzase su blanco.

La principal función de los Panal era la interceptación de armas autoguiadas de ataque al suelo, que suelen ser rápidas, pero no alteran su trayectoria al llegar la amenaza. Un avión tripulado puede cambiar su rumbo al detectar la aproximación y cuando las submuniciones se separen del misil matriz, sus objetivos simplemente no estarían allí.

Los Mk 20 se acercaban en dos grupos. El más cercano estaba formado por los ocho aviones que habían efectuado el ataque contra los transportes. El segundo, ligeramente más atrasado y en ángulo convergente, eran los cuatro que se habían dirigido a interceptar a los cazas de desembarco, a los que la maniobra de interposición de aquellos los había dejado ligeramente apartados.

Sorprendentemente, y ante la que supongo sería atónita mirada de las dotaciones de los Mk.88, los cazas de Torres no variaron su rumbo, y los dos multimisiles lanzaron su mortal carga a la óptima distancia de mil setecientos metros. Unos segundos más tarde, cinco de los atacantes fueron alcanzados fatalmente. Las cabezas de los Panal tenían una pequeña cantidad de explosivo, muy inferior a la de los misiles Grieta, y cuatro de los cinco pilotos pudieron salvar su vida al eyectarse de sus condenados aparatos.

Tras sufrir el ataque, los supervivientes iniciaron las acciones evasivas que deberían haber realizado antes, y se alejaron hacia el oeste, para no volver a aparecer sobre el desfiladero.

Mientras tanto, los cuatro restantes del segundo grupo lanzaron una andanada de misiles Rayo sobre la pareja de Mk.88, dos segundos antes de que ambos grupos se cruzasen en el aire. Sin tiempo para reaccionar, múltiples impactos dejaron muy mermada la capacidad de uno de los dos aguerridos vehículos, que aceleró y ganó altura en un intento de volver a la órbita. Finalmente, tras describir dos giros completos al planeta, se vio forzado a aterrizar en la base aérea avanzada de la Brigada de Thomason, donde permanecería sin reparar hasta el final de la campaña.

El segundo caza de desembarco, con algunos daños menores y enfrentado a unos enemigos que le cuadruplicaban en número, evitó alejarse de la zona para dar una oportunidad a los transportes. Pero para entonces, éstos ya habían realizado sendos aterrizajes de emergencia en el desfiladero, a la espera de que la situación mejorase.

Lo que había ocurrido hasta ese momento cuesta más tiempo leerlo que vivirlo. Desde que los Mk.88 detectaron a sus enemigos hasta que el primero de aquellos tuvo que retirarse gravemente averiado habían transcurrido apenas treinta segundos. En esas situaciones, la mente humana funciona a una velocidad que enlentece la de sus formidables máquinas, y cada momento parece durar una eternidad.

Thomason había enviado refuerzos para finalizar la evacuación, pero era posible que Torres enviase más unidades aéreas, y su fuerza era casi tres veces más grande.

El dañado Mk.88, a Mach 6 necesitaba más de trescientos kilómetros de radio para describir un giro completo y volver hacia sus atacantes. Éstos, manteniendo un vuelo seis veces más lento, pudieron invertir su rumbo de manera casi instantánea para continuar el combate.

En ese momento, los transportes se encontraron sin oposición aérea por lo que no esperaron los refuerzos y terminaron la operación de rescate sin sufrir más bajas.

Fueron evacuados los quince miembros de la patrulla, seis de ellos heridos, algunos de gravedad. Habían causado más de cuarenta bajas en las fuerzas de Torres.

Mientras tanto, el Mk.88 superviviente había alejado a sus perseguidores del combate lo suficiente para, tan pronto como recibió el aviso del fin de la operación, acelerar y volver a su base en la órbita geoestacionaria.

Así terminó el primer enfrentamiento entre militares de La Tierra desde los tiempos anteriores a la unificación.

Recapitulemos lo que había pasado desde el punto de vista estrictamente técnico: un escuadrón completo de los aviones más sofisticados del momento, con toda la ventaja de su parte, había atacado tres transportes lentos y prácticamente inermes, a los que habían defendido dos enormes cazas de desembarco poco adecuados para la misión, que evitaron por todos los medios realizar acciones ofensivas. Como resultado, uno de los transportes había sido destruido y uno de los cazas defensores seriamente averiado. Cinco agresores habían sido abatidos mediante un único ataque, cuyo porcentaje de éxito era bastante bajo.

¿Qué conclusiones podemos sacar? Desde mi punto de vista, los pilotos de Torres actuaron pobremente, sin aprovechar las muchas ventajas de sus aparatos, sin tener una idea de cómo enfrentarse a la amenaza. Fueron incapaces de cumplir su misión y sufrieron unas bajas que con una táctica adecuada hubieran sido mucho menores. Eso sólo puede deberse a dos motivos complementarios: una preparación insuficiente y un liderazgo defectuoso.

La razón hay que buscarla en cómo fue creada la tan cacareada “Fuerza de Élite”: su personal procedía de dos destinos principales: las Fuerzas Armadas y los miembros del partido de Azhid o sus simpatizantes. De entre los primeros, se seleccionó a sus miembros por criterios de afinidad ideológica, dejando a un lado sus aptitudes profesionales. Los segundos, por su parte, apenas tenían formación militar, por lo que, salvo excepciones, estaban encuadrados en las unidades de infantería.

Tras este incidente, Churruca, como escribió en sus memorias, se encontraba desolado, con un sentimiento de fracaso asentado en cada fibra de su cuerpo. Sin embargo, tenía al mismo tiempo la convicción de haber agotado todos los demás caminos y su resolución era más firme con cada informe que le llegaba de las atrocidades cometidas contra los habitantes del planeta.

El ataque a sus fuerzas, no obstante, suponía un cambio radical en los planteamientos legales, y le daba el argumento que necesitaba para acabar con toda la operación que había ordenado Azhid: Torres no sólo había desobedecido la orden directa de su superior jerárquico, sino que había atacado a las fuerzas que éste había mandado para controlar sus actuaciones.

Esa misma tarde, Churruca solicitó un contacto holográfico con la general, que se estableció casi de manera inmediata, tal era la indignación en que se encontraba la mujer, que demostraba que soportaba muy mal la presión.

En la grabación que se conserva en el Museo de Regina Sacra se escucha una primera parte en la que Torres lanza un torrente de improperios sobre su superior, el cual no hace ningún esfuerzo por rebatirla. Es sólo cuando la mujer calla que el almirante, con voz solemne, y siguiendo los formulismos de la época, le va desgranando cada uno de los cargos de los que se la acusa: desobediencia a un superior, insurrección armada, rebelión y genocidio. Le ordenó acantonar su división y transportarse inmediatamente al Halcón, buque insignia de la flota, donde sería puesta bajo arresto.

Naturalmente, Torres ignoró las órdenes con el desafiante “ven a buscarme” que ha quedado grabado en el recuerdo colectivo de nuestro planeta como muestra de la cerrazón y la intolerancia.

Sin embargo, la situación en la superficie era totalmente insostenible para la División Especial Número Uno: concentrados en sus bases, eran blanco fácil para un bombardeo orbital. Dispersos, la brigada de la Fuerza de Tareas 58 podía establecer superioridad local e ir derrotándolos en todos los enfrentamientos. Además, sus regimientos aéreos no podían competir con dos alas de cazas de desembarco, a las que había que sumar los Mk.19 basados en tierra. La única esperanza de Torres era obtener ayuda exterior, pero toda la flota parecía estar en manos de sus ya enemigos declarados

miércoles, 15 de agosto de 2007

Casi una guerra civil

Este relato se encuentra incompleto. Lo escribí hace ya bastantes años (en torno al 98 o 99), y hace tiempo que olvidé cómo quería acabarlo.


Si tienes una idea u opinión sobre él, o sobre cómo terminarlo, estaré encantado de escucharte. Gracias.

La guerra civil nunca estuvo tan cerca como en la primavera del 963.

En aquel entonces, el Consejo de Colonias ya se había establecido, pero tan solo tenía veinticinco miembros, y era poco más que un órgano nomimal, sin una forma válida de imponer sus resoluciones, que de todas formas tenían exclusivamente valor consultivo.

Todavía duraba la época dorada de la exploración, antes del ascenso de los Reyes Piratas, por lo que las fuerzas espaciales eran mayores de lo que estamos acostumbrados hoy. Las veinticuatro colonias que habían accedido a la independencia mantenían sus propias armadas, pero no podían compararse en capacidad ni en tamaño a la de La Tierra.

Aún no se había producido la fractura entre la sociedad planetaria y el espacio, y cantidades de dinero que hoy nos parecen imposibles, se dedicaban año tras año a la creación de nuevas naves y el mantenimiento de toda la estructura de la Armada y las nuevas colonias recién establecidas. Entonces era muy raro que fuesen corporaciones privadas las que financiasen el establecimiento en un planeta.

Sin embargo, a pesar de esa aparente bonanza, a pesar de que parezca que estamos hablando de una época de paz, se vivía mucho peor que ahora. La vida media de una persona apenas pasaba los ciento veinte años en un planeta civilizado, y no llegaba a los ochenta en las nuevas colonias.

Las batallas espaciales entre naves de exploración de diferentes patrocinadores eran comunes cuando llegaban al mismo tiempo a un sistema inexplorado, y los derechos de las personas no se entendían como ahora; a pesar de las resoluciones en contra, hubo masacres de colonos con el pretexto de la ilegalidad de su asentamiento.

Fue la última de estas operaciones la que condujo a la única vez en que la Armada de La Tierra estuvo a punto de volverse contra su gobierno.

En 960 fue elegido presidente de La Tierra Amhed Azhid, de ideología ultraderechista, tras una reñida votación con el moderado Zurcco Benjamin. La Cámara de la ONU, órgano legislativo, en los comicios del 962 arrojaron un resultado muy parecido, de nuevo con una ligera ventaja para los ultras del presidente Azhid.

Azhid era un auténtico "tiburón" que procedía del mundo de los negocios privados. Era el tipo de persona que hoy en día jamás reuniría ni los apoyos suficientes para crear un partido... pero eran otros tiempos.

Aunque los Reyes Piratas aún no se habían proclamado a sí mismos como tales, la piratería acosaba las rutas comerciales a lo largo y ancho de la galaxia conocida, y provocaban una terrible mortandad y pérdidas de material y dinero. Esos actos provocaron el descontento popular que es siempre el caldo de cultivo de las ideologías radicales... y Azhid había prometido acabar con ellos, sin importar los medios. Además, su programa político tenía la habitual demagogia de "pan para todos" que suelen acompañar a esta clase de radicales. Había nacido en la Unión Árabe, pero encontró su caldo de cultivo en Norteamérica.

Por su parte, Benjamin, un africano muy concienciado con las necesidades sociales, y que siempre abogó por el diálogo, consiguió la mayoría de los votos de Europa y Asia, además de una nutrida representación en África. Dicen los estudiosos que si no hubiera habido nueve candidatos de su misma sede electoral, quizá la historia hubiera sido otra. Pero eso no pasó, y en este ensayo nos limitamos a contar los sucesos que realmente ocurrieron.

Apenas llegó al poder, Azhid dio orden al Estado Mayor de la Armada, presidido por la almirante Joan Clavert, de incrementar sus esfuerzos contra los piratas, sin importar los recursos que debieran destinarse para ello.

Clavert era una mujer muy seria y comedida. Hay quien, mirándola con los ojos de la distancia, la relacionaba con la órbita política de Benjamin... pero la verdad es que atendiendo a sus acciones, hasta su renuncia en febrero del 963, tan solo hizo lo que cualquier persona con conciencia hubiera hecho. No me hubiera gustado a mí verme atrapado como ella entre dos fuerzas opuestas tan poderosas: las órdenes del Gobierno por un lado y por el otro, el buen hacer y la conciencia por el otro.

Así pues, obedeciendo sus instrucciones, empleó de la mejor forma posible sus efectivos. Los grandes cruceros, habitualmente dedicados a la exploración profunda o a la defensa planetaria, empezaron a recorrer las rutas comerciales en unas misiones para las que no estaba diseñados: las naves piratas, más pequeñas y maniobrables, podían dejarlos atrás con una facilidad pasmosa, y volver a desmaterializarse antes de iniciar el combate.

Los ingenieros diseñaban nuevos vehículos para atender a las nuevas necesidades, pero la construcción de una nave estelar es un proceso lento, y hasta mediados del 962 no salieron de los astilleros las primeras corbetas clase "Guardacostas". Debido precisamente a su especialización, su efectividad militar fue tan inferior que se retiraron del servicio apenas quince años después. Pero sin embargo, las ciento nueve Guardacostas construidas tienen su sitio en la Historia como las precursoras de los actuales patrulleros, un tipo de nave que no apareció hasta el 1005 como heredera directa de estas corbetas.

Con el empleo de las Guardacostas, los cruceros y grandes fragatas quedaron libres para dedicarse a otros menesteres... A los que provocaron la crisis... porque hasta entonces, ningún mando de la Armada había objetado en la lucha contra los piratas: los combates se regían por las normas de la guerra, y se respetaba la vida de los derrotados y aquellos que se rendían.

El 8 de Septiembre del 962, una flota pirata de medianas dimensiones, pero muy resuelta, ocupó la colonia de San Andrés Hermano, la saqueó y asesinó a la mayor parte de sus cien mil habitantes. La comunidad interplanetaria quedó horrorizada. San Andrés Hermano era un pequeño mundo sin riquezas especiales, por lo que no tenía protección de la Armada. De hecho, fue un crucero de Andrómeda, el Hespérides, el primero que llegó ante la llamada de auxilio. Según el relato de la bitácora del capitán de navío Herrán González, llegaron a tiempo de ver como un nutrido grupo de naves se desmaterializaban en los márgenes del sistema.

Azhid apenas tardó unas horas en acusar ante el Consejo de Colonias a Andrómeda de connivencia con los piratas, y amenazó con un bloqueo económico y hasta con una guerra si estas acciones se repetían. Pero lo cierto, y el contralmirante Martín Churruca, de La Tierra lo sabía bien, era que Andrómeda estaba teniendo los mismos problemas que el resto de la galaxia con los piratas, y sus pérdidas eran proporcionalmente mayores que las del mundo de Azhid, porque su capacidad de defensa era muy inferior. El propio Hespérides, que era un excedente de la flota terrestre comprado por los andromedanos, fue muy dañado unos meses después cuando socorría a un carguero de Nueva Cataluña del ataque de varios buques piratas. La oportuna llegada de un crucero acorazado terrestre con su escolta de fragatas, el Reina Victoria, puso fin al combate y evitó la destrucción del valiente crucero.

Este incidente consiguió calmar en parte al presidente Azhid, aunque cada día daba muestras de una mayor xenofobia. Durante mucho tiempo se rumoreó que la Armada había planeado el "rescate" del Hespérides para evitar un enfrentamiento sangriento y sin razón de ser con un buen aliado.

Como consecuencia directa de la masacre de San Andrés Hermano, el presidente ordenó a la Armada que encontraran la guarida de los piratas a cualquier precio.

Así, una fuerza de tareas fue puesta bajo el mando de Churruca, que era joven (poco más de cincuenta años), pero muy versado en la lucha contra piratas y de otras campañas que La Tierra se había visto obligada a mantener. Disponía de cinco cruceros, un crucero acorazado, veinticinco fragatas y transportes de tropas para una brigada de desembarco planetario, incluyendo medios blindados y dos alas completas de cazas de apoyo.

Azhid había presionado para que la fuerza de tareas 58 fuese asignada a uno de sus más estrechos colaboradores, el almirante Baldwin. Sin embargo, Clavert destinó hábilmente una flota menor de lo que un almirante debía mandar, para poder asignar a un oficial más moderado. Era finales del 962, y Clavert ya tenía miedo del presidente Azhid.

En realidad, no era la única que lo temía. Según se desprende de los documentos de la época, la mayor parte de los intelectuales y bienpensadores de toda La Tierra protestaban a diario contra el presidente y sus acciones beligerantes. Sin embargo, Azhid controlaba la mayor parte de los medios de comunicación de gran alcance, ya que pertenecían a su emporio financiero, y éstos realizaban un ataque continuo contra la oposición política y social. Al principio, era poco más que un desprecio a los perdedores, pero a medida que avanzaba la legislatura y se radicalizaba la postura del gobierno, los medios acusaban abiertamente de deslealtad y hasta de traición a todo aquel que no comulgase con las ideas de Azhid.

Esa actitud, fuera de todo lugar en un lugar pacífico como La Tierra, sin un enfrentamiento armado en más de cuatrocientos años, provocaba una fractura social de tal envergadura que causó huelgas generales y manifestaciones tan multitudinarias que exigieron medios militares para controlarlas, al ser insuficientes los policiales.

Sin embargo, de estos hechos, nada o apenas nada se hubiera sabido fuera del planeta de no ser por los medios extranjeros que, al mismo tiempo, veían restringido cada día su ámbito de actuación.

La inteligente organización de HTA, la cadena de holovisión de más prestigio de Andrómeda, consiguió informar más y mejor que la competencia, hasta que fue oficialmente expulsada de La Tierra para gran escándalo de los ciudadanos de todo el Consejo de Colonias, que seguían las evoluciones del conflicto.

La subsiguiente presión interplanetaria ante lo que era una clara violación del derecho a la libre información hizo que el presidente Azhid, una vez más, se echase atrás. Pero en el ínterin, concedió derechos de emisión a un nuevo circuito de Holovisión (pagado de su bolsillo) que emitía en una banda tan cercana a la concedida a HTA que impedía su recepción en todo el planeta. Sin embargo, en las colonias del Sistema Solar siguieron recibiendo los boletines. Su efecto fue tal que varios gobernadores se opusieron directamente a las directrices políticas de Azhid, que no dudó en usar a las fuerzas militares para controlarlos.

Mientras tanto, la flota de Churruca llevó a cabo sus operaciones siguiendo la ruta más habitual de las incursiones piratas.

Así pues, casi por fortuna, una de las fragatas, la Mercado de Amberes, interceptó un pequeño navío pirata cerca del sistema de Guetaria. En la breve batalla que siguió, la nave pirata resultó dañada, y al desmaterializarse, se pudo trazar su ruta aproximada.

Naturalmente, no era una ruta directa, pero el rastreo de las partículas que desprendía permitió continuar la persecución a lo largo de tres saltos, hasta que finalmente llegó a un pequeño sistema solar inexplorado.

La Mercado de Amberes descubrió con estupor que el sistema, catalogado provisionalmente como HK-223, tenía varias naves en órbita, y un servicio de reparación orbital. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando los ecos de las naves correspondieron al grupo pirata más activo de la zona, y de acuerdo con las lecturas registradas por el Hespérides, algunas eran las que habían atacado la colonia de San Andrés Hermano.

La capitán de fragata Bondda Calisto, comandante de la fragata, despachó inmediatamente un módulo de comunicaciones con el descubrimiento, mientras ponía sus sistemas al mínimo con la esperanza de no ser detectada y mantener un informe de la situación hasta la llegada de apoyos.

Durante los días siguientes, recopilaron valiosa información sobre la llegada y partida de naves, modelos, armamento, capacidades, y un sinfín de datos que sirvieron para poner coto a las actividades de ese grupo durante muchos años.

Cuando el módulo llegó a la Tierra, Clavert no tuvo más remedio que informar a Azhid, que ordenó la inmediata destrucción de la colonia.

Un módulo fue enviado a la Fuerza de Tareas 58 con un mensaje claro y personal de Azhid, tan violento y tan enloquecido, con un componente anticonstitucional tan poderoso, que Churruca mandó inmediatamente otro módulo a Clavert pidiéndole "instrucciones detalladas".

En ese momento, Clavert mantenía una dura lucha contra los partidarios del presidente en el propio seno del Estado Mayor de la Armada. En sus memorias dejó escrito que, aunque había pensado varias veces en renunciar a su cargo, tanto como descarga para su conciencia, como medio de presión social. La almirante aún creía que si el cisma social era lo suficientemente profundo, Azhid renunciaría al cargo y convocaría elecciones.

Así pues, envió un módulo por el circuito secreto indicando que llevase a cabo la operación del modo autorizado, esto es, destrucción o captura de la flota enemiga y control de la población. Cualquier medio ilegal no debía ser utilizado.

Churruca era un hombre inteligente, y aunque la información que le llegaba de La Tierra era muy sesgada por la censura impuesta a las naves militares (otro medio ilegal adoptado por la Cámara a iniciativa del gobierno), se hizo una idea de las tensiones que estaban ocurriendo.

Con las órdenes recibidas, el joven contralmirante comenzó a estudiar los informes que le habían llegado del comandante Calisto vía La Tierra para preparar el plan de ataque.

Según los registros históricos de la batalla, Churruca decidió emplear apenas una cuarta parte de sus fuerzas, confiando en una cuña de cruceros, con su nave insignia, el Halcón en punta, flanqueado por el Avispa y el Danubio, y cuatro fragatas guardando los flancos.

El combate fue un simple ejercicio de tiro al blanco, con las naves piratas huyendo y la cuña penetrando en su desorganizada formación. En apenas veinte minutos, todo había terminado. Churruca no sufrió bajas propias, y capturó la base orbital y siete naves piratas, además de dañar otras tres que lograron huir. En total, había quince buques enemigos, todos de tamaño asimilable al de una corbeta media.

Churruca recibió criticas por su medio de conducir la batalla. Según los sesudos analistas de los medios relacionados con el gobierno, el contralmirante podría haber tendido una trampa con el resto de sus fuerzas, cerrando la ruta de escape... Y podía haber hecho más daño del que hizo durante su pasada de ataque.

El primer punto es discutible, pero el segundo es totalmente cierto. La cuña terrestre podría haber aniquilado la pequeña escuadra pirata sin ningún problema... pero Churruca quería evitar unas muertes innecesarias. Todo militar sabe que no hay honor en la destrucción de un enemigo vencido de antemano. Y toda persona con buen juicio sabe que siempre que hay que evitar muertes innecesarias.

Durante los días siguientes, la Fuerza de Tareas estudió el sistema y mantuvo un bloqueo sobre el que resultó ser el único planeta habitado. En él, poco más de cinco millones de personas vivían en cuatro ciudades y varios núcleos menores alineados a lo largo del continente ecuatorial. Sobre esta zona se había aplicado una feroz terraformación, para convertir un terreno inhóspito (en realidad poco más que un desierto pedregoso) en una superficie de clima controlado capaz de albergar vegetación y unas oscilaciones térmicas aceptables.

Así pues, una vez culminada la fase espacial, comenzó el estudio de la conquista planetaria.

El general de brigada Artur Thomason, bajo las órdenes directas de Churruca inició las operaciones sobre el planeta el dos de febrero del 963. Un escuadrón de cazas de desembarco fue asignado para escoltar a la infantería espacial que tenía que asegurar la cabeza de playa, mientras que el resto del Ala 87, otros dos escuadrones, realizaban misiones de interdicción profunda en lugares estratégicos.

En aquellos lejanos tiempos, los cazas de desembarco eran, como ahora, naves atmosféricas capaces de partir de bases en órbita, realizar operaciones a baja cota en apoyo a tropas terrestres y volver a la órbita. Para cumplir esas misiones tienen que ser vehículos de gran tamaño para contener el combustible y los motores necesarios para salir de la atracción gravitatoria.

Hoy, un caza estándar como el Martin CD-1845 Heracles mide sesenta y cinco metros. Los usados por la Fuerza de Tareas 58 hace quinientos años, tenían que ser necesariamente más grandes y menos capaces. El CESA Mk.88 (nótese el cambio de denominación ocurrido en el 1120) medía ciento cincuenta metros, y era transportado en grandes portacazas destinados a tal efecto, en lugar de ir en los hangares de las naves de la flota, como ocurre actualmente. Pero es que en el milenio pasado (y hasta bien entrado este) los cruceros y otros grandes buques no solían llevar los hangares que conocemos, sino grandes silos de misiles para el ataque planetario.

Pero me estoy desviando de mi relato. Los infantes, con sus trajes acorazados, aterrizaron en el lugar preciso, sin encontrar ninguna resistencia. No dispararon ni un solo tiro mientras aseguraban un perímetro de dos kilómetros cuadrados. Los Mk.88 no encontraron ni un ápice de oposición, y las misiones de interdicción profunda volvieron sin atacar la mayor parte de sus objetivos, por carecer de valor militar.

A partir de la noche inició el descenso de las tropas de desembarco, en transportes regulares. Durante la mañana del 4 de febrero ya estaba operativo un cuartel de avanzada, con el regimiento de medios aéreos y las dos primeras compañías de reconocimiento acorazado.

Se llevaron a cabo vuelos sobre las ciudades, tanto por los Mk.88 como por los pequeños Mk.19, los cazas antigravitatorios de la brigada de Thomason. En esos días se apreció por primera vez una cierta organización de milicias, dotadas de armamento ligero, que incluso dispararon contra los aviones sin lograr ningún resultado.

El 5 de febrero, a bordo del Halcón se celebró un Consejo de Mando, presidido por el propio Churruca, y con la participación de los comandantes de los diferentes buques por parte de la Armada, y de Thomason y los jefes de los regimientos por parte de las tropas de desembarco, además del coronel Alberto Veneciano, de la infantería espacial.

El motivo de la reunión eran las órdenes recibidas por parte de Azhid. Se les ordenaba destruir la colonia, que estaba formada por civiles inofensivos con diversas ocupaciones. Las únicas ilegalidades eran el uso de materiales obtenidos gracias la pirateo, y la ocupación de un sistema inexplorado. Todos convinieron en explicar la situación y solicitar información complementaria a la base. Así pues, la fragata Achille Lauro lanzó un módulo de comunicaciones que no tardaría en obtener respuesta: Azhid en persona les ordenaba inmediatamente la ocupación de todos los núcleos habitados, la búsqueda de los piratas que vivieran camuflados entre los demás, y la preparación para la deportación de todos los habitantes.

Lo que en esos momentos no sabía la Fuerza de Tareas 58 era que, desde hacía dos semanas que habían asegurado el sistema HK-223, los piratas habían cambiado de estrategia, y desde el 3 de Febrero habían comenzado ataques indiscriminados contra población civil en colonias poco protegidas de La Tierra.

Un autoproclamado "Rey de Regina Sacra", como habían bautizado el planeta, afirmó ser el representante de una colonia libre que había sido subyugada por el poder armado de La Tierra. Por tal motivo, anunciaban acciones hostiles hasta que se reconociese su derecho a la autodeterminación y la Armada terrestre se retirase de Regina Sacra.

Buscaban el apoyo de los otros veinticuatro miembros del Consejo de Colonias. Pero en lugar de eso obtuvieron una rotunda condena.

No obstante, para desesperación de Azhid, los piratas sabían muy bien donde atacar cada vez. Alguna vez presencia de la Armada en las proximidades consiguió éxitos contra los cada vez más numerosos piratas. Sin embargo, las flotas de los demás mundos nunca estaban cerca en los momentos de los ataques. Los suspicaces desconfiaron de tanta casualidad, pero el estudio de los documentos de las cinco colonias que realmente podían ofrecer su apoyo militar indica sin lugar a duda que no hubo ninguna mala fe en sus operaciones. La flota de Andrómeda, la más grande de las veinticuatro, apenas era una décima parte que la de La Tierra. Con esos números, la suerte hubiera sido que se hubieran encontrado con los piratas.

Mientras tanto, Clavert había usado todos sus esfuerzos para evitar la creación de una denominada "Fuerza de Élite", bajo las órdenes de Azhid, que en la práctica estaba compuesta por fanáticos adeptos al régimen, de carácter xenófobo y violento.

Cuando dicha fuerza quedó establecida en forma de dos divisiones completas de tropas de desembarco, y grandes sectores de la Armada estaban de acuerdo con sus planteamientos, Clavert, como última baza política, dimitió públicamente el 8 de Febrero del 963, no sin antes asegurar que la sucesión no caería en manos de los afines al presidente.

Su renuncia tuvo el efecto deseado. Al menos en parte. La mayor parte de los moderados que apoyaban la organización de Azhid vieron por fin con claridad lo que estaba pasando en su planeta. El resto de los más radicales, la acusaron de traición e intentaron abrirle un consejo de guerra. Sin embargo, el Estado Mayor de la Armada seguía teniendo una mayoría de opositores a los métodos del presidente, que consiguieron que Clavert saliese muy honrosamente.

Su sustituto fue el almirante Fernando Paulov, de casi noventa años. Serio, enérgico, muy diplomático... Y con las ideas muy claras. Sin embargo, tuvo que hacer varias concesiones... Como la confirmación de la Fuerza de Élite, o la creación de un ominoso Servicio de Inteligencia Civil, el SIC, una vez que habían fracasado todos los intentos de Azhid de convertir el Departamento de Inteligencia de la Armada en una policía política a su servicio.

Pero la larga mano izquierda de Paulov empezó a moverse al mismo tiempo que con la derecha firmaba el visto bueno de la creación del SIC. Como primera medida, creó una ultrasecreta sección dentro de Inteligencia para que vigilasen continuamente a sus homólogos civiles. A continuación cambió los destinos de todos los comandantes afectos al presidente. Muy a su pesar no pudo enviar a todos a servir en tierra, pero la mayor parte de los navíos de primera línea, incluyendo la totalidad de los acorazados, quedaron bajo mando responsabilidad directa de comandantes de marcado carácter moderado.

El almirante sabía que sus actos no eran los normales para una situación democrática, pero en su interior, como apuntó su biógrafo Agustín de Alforjas en 1043, Paulov estaba seguro que antes o después, habría una guerra civil, porque eran demasiados los que no iban a permitir que la nación más poderosa de la galaxia se convirtiese en una dictadura. Quería asegurarse que cuando eso ocurriese, la mayor parte de la Armada estuviese del lado de la Constitución. Era la única forma de evitar un derramamiento de sangre sin sentido, como el que ya estaba a punto de pasar en Regina Sacra.

Allí, a mediados de Febrero, Churruca recibió el módulo de comunicaciones del Estado Mayor. Contenía las órdenes impartidas de acuerdo con las instrucciones de Azhid, noticias sobre los acontecimientos en La Tierra, incluyendo la dimisión de Clavert, y un pequeño receptáculo marcado como "Alto Secreto" en el que Paulov explicaba de una manera mucho más directa la situación, y le pedía personalmente que mantuviese sus actos siempre dentro de la legalidad, hasta el punto de considerar ilegales las órdenes de cualquiera, incluidas las del Estado Mayor o del presidente, que contradijesen la jerarquía normativa: esto es, aquellas instrucciones que contradijesen la Constitución o las demás leyes.

Paulov sabía que Azhid carecía de los apoyos suficientes para intentar una reforma legal de la Constitución, y aún no veía peligrar su posición lo suficiente para arriesgarse a un golpe de Estado.

Churruca agradeció que la posición de Paulov coincidiera con la suya propia, y se sintió lo suficientemente reforzado moralmente en todos los sucesos que ocurrirían en los meses siguientes.

Dado que la deportación de civiles desarmados estaba fuera de la legalidad, y que la ocupación de las ciudades era un mero acto de fuerza del cual no iban a obtener ningún beneficio, y sí muchas bajas, la primera acción de la Fuerza de Tareas fue la infiltración de un contingente de agentes de Inteligencia. Su misión era mezclarse con el pueblo y conseguir localizar a piratas, que serían detenidos mediante rápidas operaciones de comandos.

El 25 de febrero llegó al sistema un grupo de periodistas de la HTA, en un pequeño yate de la Armada de Andrómeda. Tras unas breves negociaciones (Churruca sabía que unos periodistas nunca se iban a poner del lado del ejército) en las que pesó mucho el apoyo explícito del gobierno andromedano, los reporteros fueron autorizados a instalarse en el planeta.

Llegaron a tiempo de filmar la primera operación de comandos. El 25 por la tarde, hora local, un transporte de comandos sobrevoló la principal ciudad del planeta, Regina, y aterrizó sobre uno de los edificios de uno de los barrios más prestigiosos. Los soldados detuvieron a tres personas y salieron de nuevo en apenas cuatro minutos.

Las cámaras captaron como poco después del encuentro llegó un nutrido grupo de milicianos armados. El estudio de las imágenes, que aún se conservan en el Archivo Militar Central de La Tierra, y que Churruca dispuso antes de su envío a Andrómeda, mostró que, si bien los piratas no mostraban organización militar, su armamento era más avanzado del que habían dado muestras. En concreto se vieron claramente dos misiles antiaéreos portátiles Rayo, originarios de Nueva Australia, una colonia de La Tierra cercana ya a su libertad.

Al día siguiente, un vuelo de reconocimiento de Mk.19 fue recibido con el lanzamiento de varios de estos ingenios. Afortunadamente, las contramedidas y la pericia de los pilotos evitaron que tuviera mayores consecuencias. La siguiente patrulla sobre esa zona tuvo un propósito bien diferente. Por primera vez desde su despliegue, los aviones terrestres usaron sus armas.

Se enviaron cuatro aparatos armados con bombas guiadas por posición global. Hoy en día han caído en desuso por su vulnerabilidad a perturbaciones, pero entonces eran lo último: armamento guiado a un punto determinado de un planeta, determinado por su posición respecto al magnetismo natural. Durante la pasada de lanzamiento se registró el lanzamiento de varios misiles más, de nuevo sin consecuencias.

Tanto interés en defender una zona resultó tan llamativo que Thomason envió una misión para capturarlo. Dos compañías de infantería mecanizada, una sección de carros y abundante apoyo aéreo iniciaron el asalto la madrugada del día 26. De nuevo las cámaras de la HTA estaban allí.

Apenas hubo combate, ya que los nativos se retiraron en cuanto descubrieron que no tenían capacidad para oponerse con su armamento ligero. Aún así, dejaron cuatro muertos y dieciséis prisioneros.

Lo que defendían con tanto ahínco no era más que una vieja casona en la que se guardaban bienes de escaso valor procedentes de la colonia de San Andrés Hermano. Esa prueba palpable de la relación directa entre los habitantes y los piratas difícilmente habría sido hallada si no se hubieran empeñado en demostrar que estaba allí.

Azhid envió sus felicitaciones personales cuando la fragata Ardenas llegó a La Tierra con las noticias y los prisioneros. El presidente vio una ocasión perfecta de poner a prueba su "Fuerza de Elite", y tenía la excusa perfecta de que la Brigada de Thomason aún no había ocupado las ciudades.

Paulov no se opuso a la misión, ya que necesitaba conservar sus bazas diplomáticas para más adelante. Así, una división completa al mando de Cristina Torres, de la línea dura de las Tropas de Desembarco, partió el tres de Marzo con rumbo a Regina Sacra.

Azhid pretendía al mismo tiempo que Torres asumiera el mando de todas las operaciones, convirtiendo a Churruca en un subordinado, pero el Estado Mayor de la Armada propuso al contralmirante para el ascenso, que se formalizó dos días después. Así, cuando los transportes de tropas llegaron, Churruca era vicealmirante y seguía al mando de todas las operaciones, espaciales y planetarias.

La División Especial Número Uno llegó acompañada de una nutrida escolta de fragatas, que se sumaron a las fuerzas de Churruca. Al mando estaba el capitán de navío Alberto Fernández, que estaba más que harto de los continuos desplantes y mal talante de las tropas en general, y de la general Torres en particular.

Fernández, un hombre ya mayor, de cerca de ciento diez años, estaba entre los comandantes que Paulov había cambiado de destino. Sin embargo, como descubrió Churruca, su lealtad al orden constitucional estaba fuera de toda duda, y así lo demostró en los meses siguientes.

El primer enfrentamiento serio ente Torres y Churruca ocurrió en el mismo momento en que aquella puso un pie en el Halcón. En presencia de la comandante del crucero ordenó que la llevaran a ver al vicealmirante inmediatamente, sin atender a la recepción preparada, y sin molestarse en dedicar una palabra amable. Informado de la falta de tacto de la general, Churruca la hizo esperar casi media hora en la antesala de su despacho, hasta el punto de que su ayuda de cámara estuvo a punto de ser agredido.

Ese fue el momento que el mando de la Armada había estado esperando. Abrió la puerta para con su mera presencia ante la violencia de la mujer dejarla en una posición de desventaja.

Al parecer, el asalto verbal entre ambos fue fiero. Los presentes dijeron que Churruca no llegó en ningún momento a alzar la voz. Lamentablemente, los registros sonoros de aquel encuentro se han perdido.

Siguiendo el esquema que se puede leer en los libros de la época sobre el tema, con la única excepción del Tratado en defensa de la general Cristina Torres, la oficial de las Tropas de Desembarco intentó imponer su autoridad sobre Churruca, aferrándose a su mayor veteranía en el empleo (recuerdo a mis lectores, que los cargos de vicealmirante y general de división son análogos). No obstante, las ordenanzas generales indicaban que en campañas militares que dependan de unidades espaciales, como es el caso de un desembarco, el mando corresponde al oficial de la Armada.

Después de fracasado ese intento, trató de conseguir al menos mando directo sobre algunas fragatas para que apoyaran el asalto a la superficie sin tener que pasar por un largo canal. También eso le fue negado. Churruca sabía que una cadena de mando corta es fundamental en tiempos de guerra, pero también sabía muy bien que en Regina Sacra no había nada parecido a un ejército.

Según dejó escrito en sus memorias, su principal problema era no permitir que en el planeta ocurriese una carnicería sobre millones de habitantes indefensos... pero aún no sabía cómo.

Torres salió indignada de aquella primera reunión, ya que ni siquiera consiguió jurisdicción sobre los cazas de desembarco. Su única opción hasta completar su despliegue eran los Mk.19 de la brigada de Thomason, que estaba muy poco dispuesto a colaborar. Después de todo, se le había quitado el mando de una operación que estaba llevando de manera excelente en favor de lo que definió como "unos fanáticos peligrosos".

Durante los siguientes días, la "Fuerza de Elite" ocupó los principales núcleos de población, utilizando todos los medios a su alcance. Bombardeó núcleos urbanos, usó blindados para bloquear a ciudadanos desarmados, y tropas para registrar casa por casa, saltándose todos los protocolos sobre libertades personales y derechos humanos con el pretexto de "buscar criminales".

El grupo de periodistas de Andrómeda fue expulsado inmediatamente y, ante sus intentos por volver a establecerse, fueron recibidos a tiros en dos ocasiones, lo que provocó una protesta formal del gobierno andromedano ante el Consejo de Colonias, y un nuevo ataque verbal de Azhid y del embajador ante el Consejo.

El pequeño yate seguía en órbita, y grabando los excesos de las tropas sobre la población. Torres intentó interceptarlo en varias ocasiones, pero no los novísimos Mk.20 con los que estaba equipada tenían el techo de vuelo suficiente para realizar el trabajo.

Frustrada, e intentando por todos los medios que sus operaciones no trajeran repercusiones interplanetarias, la general solicitó de Churruca que interrumpiese las actividades de la HTA. Pero el almirante sabía que interceptar un buque militar traería más consecuencias que dejar que siguiese en órbita. Eso sin contar con que Andrómeda era un buen aliado en la lucha contra los piratas.

Además, estaba totalmente en desacuerdo con lo que estaba ocurriendo en el planeta. Los informes de la holovisión apenas arañaban la superficie de lo que ocurría. Thomason, una y otra vez, le imploraba que interviniese. Sus propias tropas estaban tremendamente desmoralizadas ante lo que la división de "Elite" estaba haciendo en las ciudades. En un par de ocasiones, los Mk.19 habían realizado fintas con los Mk.20 para evitar que llevasen a cabo sus ataques. Sin embargo, Churruca estaba atado de pies y manos por las órdenes del Estado Mayor.

Algo ocurrió, no obstante, que representó la gota que colmó el vaso. Las fuentes difieren sobre qué fue ese momento. Algunos afirman que fue la evidencia recogida en holovisión por un equipo de exploradores de la brigada de Thomason en los que se mostraba la ejecución a sangre fría de un abundante grupo de civiles cuyo único crimen era vivir en el planeta equivocado. Otros afirman que fue el bombardeo de un colegio en la capital... a hora de clase. Unos terceros dicen que fue el hallazgo de fosas comunes con cuerpos de niños.

Lo cierto es que los tres hechos ocurrieron, y en más de una ocasión. Y no sabemos por qué en esa precisa ocasión reaccionó Churruca. Pero el hecho confirmado es que el 8 de Mayo del 963, apoyado por todo el Consejo de Mando, incluida la brigada de las Tropas de Desembarco y los infantes espaciales, la Fuerza de Tareas 58 exigió el inmediato alto el fuego y la retirada de las tropas de las ciudades de Regina Sacra. Sabiendo las repercusiones que su acto iba a tener, al oponerse directamente a una orden del jefe de la Fuerzas Armadas, es decir, el presidente Azhid, Churruca mandó módulos de comunicaciones con las evidencias y su resolución a Presidencia, al Estado Mayor y al Consejo de Colonias.

En esos momentos, La Tierra se encontraba más aislada que nunca. No sólo eran las espeluznantes noticias que llegaban con cierta regularidad desde Regina Sacra, sino toda la actuación nacional e internacional. A la brutal represión de los ciudadanos disconformes de la propia Tierra y sus colonias, se añadía el intento de boicot a los planetas libres que podían suponer un rival en cualquier ámbito.

Como resultado, los veintitrés miembros del Consejo de Colonias excluida La Tierra adoptaron una serie de medidas restrictivas, incluso amenazaron con modificar los estatutos de la propia organización para expulsar al planeta madre.

Ante ese hecho, Azhid comenzó a estudiar la posibilidad de declarar una guerra contra todos ellos, pero el Estado Mayor fue capaz de convencerle de que una acción así era un suicidio: ninguna potencia tenía poder suficiente para vencer en un campo tan extenso.

En Regina Sacra, Torres estaba aislada y, de no haber sido el propio Churruca el que mandó un reporte con su oposición a las órdenes, nadie hubiera sabido lo que pasaba.

La general sabía que su posición era vulnerable, a merced de los bombardeos orbitales y los ataques de los cazas de desembarco y de la brigada de Thomason, pero no creía que realmente pudieran tener lugar... una cosa era exigir una retirada, y otra diferente iniciar una guerra contra tus compañeros. Así que continuó su "operación de limpieza" que, según los documentos capturados posteriormente por Churruca consistía en eliminar a todo aquel que pudiera tener la más mínima relación con los piratas que, mientras tanto, seguían llevando a cabo sus sangrientos actos a lo largo de todas las rutas comerciales, con una inusitada crudeza "hasta que Regina Sacra deje de estar invadida".

Intentaban con eso despertar las simpatías de los otros mundos, que en ningún momento dejaron de considerarlos como terroristas, y fueron perseguidos por todas las policías y armadas. A efectos prácticos, la única diferencia fue la cancelación de los tratados de extradición con La Tierra, aplicando el principio de universalidad de las leyes, aprobado en el Consejo de Colonias en abril del 963 para casos de piratería.

Churruca, mientras tanto, no iba a permitir el genocidio, por lo que dio orden, el 11 de mayo, tras ser repetidamente ignorado por las "Fuerzas de Élite", de iniciar operaciones de aviso.

La primera tuvo lugar cuando cuatro Mk.20 de Torres se dirigían a bombardear una planta industrial cerca de la capital, en la que se sospechaba que pudiera haber material militar, pero lo único comprobado es que había un gran número de trabajadores inocentes. Los servicios de inteligencia, al pie del cañón, transmitieron la información, y dos Mk.88 fueron enviados a interceptarlos.

La forma de combatir de un caza de desembarco y de un avión antigravitatorio son totalmente diferentes. El primero es terriblemente voluminoso y muy poco maniobrable, por lo que evita siempre llegar al combate evolucionante, que es precisamente el punto fuerte del segundo, capaz de pasar de vuelo estacionario a varias veces la velocidad del sonido, y a girar en poco más de diez veces su longitud.

Los primeros disponen a su favor de una velocidad que supera Mach 15, un enorme juego de sensores y contramedidas, una capacidad de carga superior a dos veces la masa de un avión estándar y una resistencia a los daños enorme. El Mk.88 era capaz de volver a su base en órbita con varios impactos de los pequeños misiles Rayo que llevaban los Mk.20, sin la larga nariz de sensores (casi cuarenta metros), y con un motor de menos. Con hasta tres motores (de los cuatro que tiene) fuera de servicio, era capaz de aterrizar con seguridad en una base terrestre.

Los segundos tienen como principal ventaja su pequeño tamaño y su maniobrabilidad, que le permite esquivar la mayor parte de misiles de tamaño medio y grande... si los ven venir.

Así pues, los dos cazas de Churruca cruzaron la senda de vuelo de los aviones de Torres para obligarlos a retirarse. En lugar de eso, los cuatro Mk.20 decidieron pasar a la ofensiva, y después de dos series de fintas, uno de los pequeños aparatos lanzaba un misil Rayo a unos trescientos metros del primero de los cazas. El sistema automático de contramedidas lanzó un interceptador que falló. El arma impactó encima de una de las superficies de control, sin causar daños serios.

A pesar de tener permiso para responder, los dos cazas se negaron a abrir fuego sobre sus compañeros, y volvieron a su base.

Al día siguiente, una patrulla de exploración de Thomason fue atacada por una compañía de Torres, quedando bloqueada en un desfiladero al sur de la ciudad de Regina.

En ese encuentro se demostró que "de élite" tan sólo tenían el nombre, y los 15 soldados mantuvieron a raya durante horas a sus enemigos. No obstante, Torres movió más fuerzas, y fue necesario montar una operación de rescate.

Cuando los vehículos de evacuación se aproximaban, dos Mk.88 en función de AWACS detectaron una escuadra de interceptores Mk.20 en dirección a la zona, y recibieron la orden de interceptarlos.

En lugar de adoptar una aproximación pasiva, desde ciento cincuenta kilómetros, los dos Mk.88 lanzaron señales de radar a sus supuestos enemigos, para que estos interrumpieran el ataque. En respuesta, la patrulla se dividió, y mientras el grueso se dirigía hacia los transportes de evacuación, el resto adoptó una actitud ofensiva hacia los cazas de desembarco.

Las tripulaciones de Churruca tenían apenas unos segundos para decidir qué hacer antes de que los Mk.20 llegasen a distancia de tiro de los transportes