martes, 28 de agosto de 2007

Casi una guerra civil -- Tercera Parte

No obstante, Thomason, de acuerdo con el almirante, no realizó ninguna acción ofensiva. Se limitó a evitar que las tropas de la División Especial continuasen sus excesos sobre los habitantes del planeta.

Pero Torres se había retirado de todas las ciudades, en las que podía temer contraataques de los milicianos locales, dispersándose en una gran área a doscientos kilómetros al norte de la capital. Aislada en territorio hostil, sabía que era cuestión de tiempo que se viera forzada a rendirse por falta de suministros. Así que jugó la única baza que le quedaba, y en los días sucesivos intentó contactar mediante canales seguros con aquellos comandantes que estimaba que eran más cercanos a su causa. Sólo en dos naves de transportes de tropas encontró eco.

En el Halcón sabían desde el principio de esas transmisiones, en primer lugar porque los comandantes implicados lo habían reflejado en sus cuadernos de bitácora y en los informes que remitían regularmente al jefe de la Fuerza de Tareas.

Establecida una férrea vigilancia electrónica, Churruca supo de la receptividad de los comandantes de los dos transportes, pero decidió no actuar. Los módulos de comunicaciones despachados hacía varios días con su decisión de obligar a la Fuerza de Élite a volver a la legalidad habrían llegado ya a sus destinos, y suponía que se habría desatado una tormenta de proporciones colosales en la metrópoli.

El jefe de la Fuerza de Tareas 58 no se equivocaba ni un ápice. Las informaciones transmitidas cayeron como una bomba en la Sede del Consejo de Colonias y en el Palacio del Presidente. En la sede del Estado Mayor, para Paulov fue algo que estaba esperando, salvo que quizá había ocurrido antes de tiempo. Hubiera preferido disponer de seis meses adicionales para estar preparado totalmente para lo que iba a ocurrir a continuación: Azhid intentaría crear un cisma en las Fuerzas Armadas, y si lo conseguía, la guerra civil en la nación más poderosa de toda la Galaxia conocida sería un hecho de consecuencias imprevisibles. Tan grandes que podría destruir la civilización y devolver a los seres humanos al estado anterior a los viajes estelares.

Sin esperar la reacción del Presidente, Paulov ordenó la ejecución de unas maniobras alejadas de la metrópoli. En esos ejercicios, que habían sido diseñados precisamente para esa eventualidad, participaría la mayor parte de las naves cuyos comandantes eran más o menos simpatizantes con la causa de Azhid. De esta manera, tendría varios días de reacción en el caso de que alguno de ellos decidiera rebelarse.

Aquellos elementos que no podían partir de manera inmediata fueron enviados a dique seco para mantenimiento, y autorizados grandes permisos para la mayor parte de sus dotaciones.

Algunas otras unidades menores fueron enviadas a diversas misiones por las rutas comerciales, reduciendo al mínimo la presencia de unidades en el arsenal principal de la Armada.

En el sorprendentemente breve plazo de treinta y seis horas, sólo quedaban inmediatamente disponibles tres acorazados, doce cruceros de diferentes tipos y alrededor de medio centenar de unidades menores.

La premura de Paulov había evitado que las noticias sobre los sucesos de Regina Sacra llegasen a sus subordinados, y la práctica totalidad había partido a sus misiones sin saber lo ocurrido.

El presidente tardó en asimilar lo que había ocurrido. Según dejó escrito su secretario personal, Hammal Hadidi, después de ver todo el contenido del módulo de comunicaciones de Churruca, la primera intención de Azhid fue cursar una orden de arresto contra éste, y enviar a la segunda División Especial para continuar la “limpieza” del planeta.

Sin embargo necesitaba a la Armada para poder llevar a cabo sus planes, así que intentó contactar con Paulov, pero recibió dos dilatorias contestaciones: el almirante intentaba culminar su plan antes de entrevistarse con el presiente.

Llegaron entonces los informes del Ministerio de Defensa sobre la partida de gran cantidad de buques a las maniobras “Azul Profundo”, y Azhid, que no era precisamente tonto o poco hábil, entendió lo que estaba pasando.

Inmediatamente, cursó un Decreto ordenando detener la partida de cualquier unidad de combate de la Armada. Sin embargo, consideraciones legales aparte, ya era tarde. Paulov había concluido el despliegue de sus medios.

Toda la maquinaria mediática a disposición del rico empresario metido a político se volcó a partir de entonces no sólo contra los piratas, sino contra Churruca y Paulov, en un desbocado e inexorable desgaste que pusiera a la opinión pública contra ellos.

Al mismo tiempo, el recién creado SIC investigó y sondeó a todos los mandos de la Armada que se encontraban en La Tierra, incluidos aquellos que se habían retirado en fechas recientes: necesitaban saber quienes estaban dispuestos a asumir cargos importantes... incluso en contra de sus compañeros de armas.

El módulo de transmisiones causó en el Consejo de Colonias una indignación de tal magnitud que incluso hubo proposiciones de acciones bélicas contra La Tierra. Sin embargo, la manifiesta inferioridad militar y las necesidades comerciales de los veinticuatro miembros restantes decidieron un curso de actuación más moderado.

El contenido completo fue entregado a la prensa y, como una bola de nieve, se esparció por cada uno de los mundos habitados, incluidas las colonias de La Tierra, incluso dentro del propio Sistema Solar. De poco sirvió que los medios afines al partido del Gobierno lo tacharan de falsedad, o llamaran traidor a Churruca: la población de la galaxia entera estaba poniéndose en contra de Azhid.

Secretamente, los cinco Estados que tenían una flota digna de tal nombre, crearon el que sería conocida como “Acuerdo Nakajima-Everest”, por el que se comprometían a ayudar a las fuerzas “constitucionalistas” en el más que probable caso de una fractura en el seno de la Armada de la Tierra.

Al retirar fuerzas de las patrullas contra piratas, los ataques de éstos aumentaron, lo que sirvió al embajador terrestre en el Consejo para acusar al resto de los miembros, una vez más, de connivencia; incluso se permitió el lujo de amenazarles con el uso de la fuerza. Pero los demás sabían que esa amenaza estaba vacía de contenido.

Así, quince días después de que Churruca decidiese actuar según la Ley —que, entonces como ahora, sigue estando por encima de las órdenes—, el Consejo de Colonias estaba decidido a apoyarle, la opinión pública de todos los lugares habitados salvo La Tierra también estaban de su lado, y la Armada, parecía que así iba a seguir.

Todo iba a depender de los apoyos que el SIC consiguiera para la causa de Azhid entre los mandos militares, y en cómo influyera en ellos la opinión pública.

A finales de mayo del 963, la situación se encontraba en un extraña situación de calma. En Regina Sacra, la Flota y la Brigada de Tropas de Desembarco mantenían aislada la División de las “fuerzas de élite”, que mantenía una tensa espera mientras las provisiones iban menguando día a día.

En La Tierra, Azhid no quería emprender ninguna acción contra la cúpula militar sin saber que iba a ser respaldado por fuerzas suficientes. Si calculaba mal sus posibilidades, podía ser él quien se encontrase depuesto de su cargo.

En el Consejo de Colonias, los firmantes del Acuerdo Nakajima-Everest estaban reuniendo sus fuerzas y creando los organismos de control adecuados para funcionar coordinadamente. Y expectantes. Muy expectantes.

Sin embargo, había una variable que ninguna de las partes implicadas en esta historia tenía en cuenta. Hay quien dice que Inteligencia de la Armada tuvo al menos algo que ver, pero lo cierto es que tanto Paulov como la vicealmirante Ana Cheng, jefe de ese servicio, siempre lo negaron, y cuando los documentos de aquella época fueron desclasificados, no aparece ni una sola referencia.

Los medios de comunicación, como entidad, estaban firmemente en manos del presidente. Sin embargo, las personas que lo formaban, no. Los periodistas eran seres humanos tan sensibles como los demás, y tenían acceso a la información cruda que llegaba tanto de Regina Sacra como de los desmanes que estaban ocurriendo en las colonias del Sistema Solar.

Entre los principales comunicadores del planeta existían dos grandes grupos: aquellos que seguían fielmente el credo del partido de Azhid y creían las mentiras que ellos mismos proclamaban, y los que no se apartaban de la línea editorial marcada a pesar de sus ideas y su conciencia.

El diecinueve de mayo del 963 se reunieron por primera vez un grupo de importantes periodistas pertenecientes a este segundo grupo. Poco a poco, la semilla de la “rebelión informativa”, como la denominaron aquellos que siguieron fieles al presidente, se fue extendiendo, y se fue preparando un plan de acción, que no estaría listo hasta la segunda semana de junio. Siendo un secreto a voces, resulta difícil explicar cómo no trascendieron a tiempo estas reuniones ni al SIC ni a Inteligencia de la Armada.

Finalmente, Azhid fue informado por sus agentes secretos de los mandos de la Armada que podrían tomar partido abiertamente contra Paulov. Y los datos no eran muy halagüeños. Tenía un grupo de unos cincuenta, aproximadamente, la mayor parte de ellos jóvenes oficiales con menos de quince años de servicio. Además, había algunos vicealmirantes y almirantes retirados. Y en ellos debía confiar.

El presidente confiaba en estos últimos para reemplazar a Paulov por alguien afín, y de esta manera recuperar un poder que sentía que se le escapaba entre los dedos.

Sin embargo, se encontró con dos problemas principales: necesitaba una excusa para poder cesarlo, y necesitaba que, entre la terna de posibles sustitutos, se encontrase alguno de los que pensaba que estaban de su parte. Dado que era la propia Armada quien designaba a los tres elegibles, era improbable lograr meter alguno. Además, aunque el reglamento lo permitía, era muy extraño que se designase a un almirante retirado para el puesto de jefe del Estado Mayor.

Azhid sabía que tenía que cambiar el curso de los acontecimientos. No podía cursar órdenes a la Armada que ésta pudiera desobedecer, ya que peligraría su poder y, probablemente, se vería obligado a dimitir: necesitaba contar con la fuerza para continuar su mandato; incluso, si pudiera, para perpetuarse en el cargo.

Como medida interina, despachó un yate del SIC a Regina Sacra con el objetivo de contactar con sus fuerzas, recabar información y transmitir apoyo que levantase la moral, que suponía bastante baja.

Según se dedujo de los documentos que se encontraron en el palacio presidencial cuando la crisis del 963 acabó, Azhid había previsto un plan de emergencia. No quería llevarlo a cabo, dado que representaría un alto riesgo de enfrentamiento directo con la Armada, y sabía que no podía prevalecer.

El presidente veía a la Armada, y especialmente a Paulov, como un rival, como alguien opuesto directamente a su política, y no como una entidad fiel al orden constitucional. Por eso no podía comprender que el Estado Mayor no tenía la intención de menguar su poder, sino de mantener la legalidad vigente.

El arriesgado plan consistía en realizar una serie de contactos activos con aquellos espacialistas más susceptibles a su doctrina, y tantear la posibilidad de hacerse con el control de tantos buques como fuera posible, para realizar por la fuerza lo que no podía llevar a cabo mediante su autoridad. El hecho de tener fuera del Sistema Solar la mayor parte de las naves, paradójicamente, podía servir al presidente para lograr el golpe con una mayor facilidad. Al regresar el resto de la flota se encontraría con un cambio de poder en la cúpula que, esperaba, aceptarían sin mayor esfuerzo.

Azhid sabía que si iniciaba esos contactos, Paulov sabría de ellos con toda seguridad, y que existía la posibilidad de que iniciase algún tipo de acción directa para derrocarle. Con esa idea en la mente, ordenó al SIC que estudiase la posibilidad de detener o asesinar a los más carismáticos líderes de la Armada.

Sin embargo, su servicio de Inteligencia carecía aún de la capacidad necesaria para un trabajo de tal magnitud, por lo que estableció una subcontrata con una empresa de mercenarios con sede en Alfa Centauro.

El gobierno de esa colonia libre, miembro fundador del Consejo, supo casi inmediatamente de los hechos, y al poco, el Servicio de Inteligencia de la Armada de La Tierra tuvo conocimiento de ello.

Así, antes de iniciar el plan para apoderarse de la Armada, Paulov ya sabía de la consecuencia de aquel: el asesinato de sus más estrechos colaboradores.

El nueve de junio del 963, durante el informativo de máxima audiencia de la cadena de holovisión CGHV, su presentador estrella, Antonio Martín Gaudés, reputado y carismático, con casi cuarenta años de liderazgo indiscutible, leyó un comunicado sobre la manipulación informativa a la que se veían forzados por parte de la dirección de la emisora.

Tardaron casi diez minutos en suspender la emisión. La mayor parte de los técnicos no tenían conocimiento de las reuniones secretas; sin embargo, algunos eran leales a su locutor, mientras que otros simpatizaban con su declaración.

Dado que Martín era una estrella y tenía ciertos privilegios, en la cadena admitieron su desliz, con la condición de no salirse del tiesto de nuevo.

Era una jugada bien estudiada, ya que las demás emisores se hicieron eco del incidente, en algunos casos incluso emitiendo el discurso íntegro. Cuando las direcciones intervinieron, las señales ya habían llegado al gran público.

La opinión pública empezó a plantearse

Los mandos son trasladados fuera de La Tierra, a instalaciones militares.

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