miércoles, 22 de agosto de 2007

Casi una guerra civil -- Continuación

Gracias a los consejos de Miguel y de Mig, entre otros, la historia sigue adelante... Aún queda para la conclusión, peror aún así espero que os guste la continuación...


No sé por qué el formato se altera como le da la gana... Pero estoy trabajando en ello. Esperad algunas ediciones estilísticas los próximos días...


Resistiéndose a disparar sobre sus compañeros, los pesados cazas de desembarco aceleraron para interponerse entre las naves de evacuación y los atacantes. En ese momento, era ya muy probable que sus pilotos intuyeran que los fanáticos “de élite” lanzarían de todas formas sus armas sobre naves desarmadas, y la desesperación debió ser difícil de soportar.

La mayor velocidad de los Mk.88 les permitió completar la maniobra justo a tiempo de detectar el lanzamiento de media docena de misiles hacia las naves que trataban de proteger.

Además de los Rayo de corto alcance, los Mk.20 estaban equipados con hasta cuatro misiles Grieta, con un rango comprendido entre los dos y los cuarenta y cinco kilómetros. Su mayor tamaño, y su guía por el rebote de ondas electromagnéticas los hacían más vulnerables a las contramedidas y a las maniobras bruscas.

El objetivo de los Grieta eran tres aviones antigravitatorios que utilizaban la misma tecnología de propulsión que los Mk.19 y Mk.20. Su misión era el transporte de tropas y material, por lo que sus capacidades de combate y maniobra eran prácticamente inexistentes, y aún más teniendo en cuenta que estaban optimizados para largos periodos de vuelo estacionario, lo que reducía aún más sus aptitudes para el desplazamiento horizontal.

Los Mk.88, avanzaron hacia los misiles que se aproximaban y utilizaron su amplio abanico de emisores de interferencias activas y señuelos para causar una disrupción en la señal de guía de los mismos. De esta manera, sólo uno logró traspasar la improvisada barrera electrónica. Pero un misil era más que suficiente.

El transporte que avanzaba más adelantado, el encargado de proporcionar reconocimiento previo y apoyo por el fuego a la evacuación, resultó alcanzado por un impacto directo. Según se puede ver en la película que se conservan del incidente, grabada desde los otros dos vehículos, la explosión destruyó completamente el aparato. A tierra sólo cayeron restos incendiados y desperdigados. Sus cuatro tripulantes murieron instantáneamente.

Aún entonces, y siendo dolorosamente conscientes de lo que había ocurrido, los cazas de desembarco no dispararon. Después de todo, en más de cuatrocientos años no había habido ningún enfrentamiento entre habitantes de La Tierra, y los pilotos se negaban a aceptar la realidad.

No debería extrañarnos este comportamiento: hoy en día pasaría lo mismo si cualquier militar se viese en la misma situación. Cuesta aceptar que los habitantes de La Tierra puedan pelear entre sí. Quizá llegue el día en que nos cueste hasta pensar en agredir a otros seres humanos. Pero sin duda ese momento aún está lejos.

El jefe de la Unidad Aérea del Ala 87 era el capitán de navío André Moreiras, un hombre de sesenta y cinco años que había nacido en una de las estaciones orbitales de Júpiter. Su carrera había sido un historial de continuas superaciones, empezando por su acceso a la Armada de La Tierra, siempre difícil para aquellos que no nacidos en el mundo matriz. Otro de los hitos fue su especialización como piloto de desembarco cuando nunca había pisado la superficie de un planeta.

Pero la culminación de su carrera aún tardaría en llegar algunos años, en 986, cuando ideó un arriesgado plan para utilizar su ala como plataforma de defensa orbital ante un ataque espacial, una misión para la que sus aparatos nunca habían sido diseñados, pero que salvó la vida de cientos de miles de personas en la colonia de Caledonia.

No obstante, para eso aún faltaba mucho tiempo. El 12 de mayo de 963, Moreiras estaba en el Centro de Información de Combate del portacazas Alberto Santos Dumont, en una órbita geoestacionaria sobre la tragedia que se representaba debajo. Había autorizado dos veces a sus subordinados a disparar, y había sido horrorizado testigo de la destrucción del transporte de la brigada de Thomason.

Las circunstancias habían cambiado, a peor si cabe, y se había cruzado la línea entre la potencia y el hecho. No había tiempo para solicitar instrucciones adicionales a Churruca. Ante la certeza de que los transportes iban a ser destruidos, así como la patrulla atrapada, dio la orden directa de abatir las naves atacantes.

Los Mk.88 recibieron el acicate que necesitaban para actuar. Demasiado cerca para utilizar sus armas de largo alcance, lanzaron dos multimisiles Panal, con la esperanza de que alguna de las submuniciones alcanzase los Mk.20 o, al menos, les hiciese alterar su ruta.

Los multimisiles Panal, fabricados por la empresa terrestre Manufacturas Tecnológicas del Nilo, consistían en un contenedor cohete que utilizaba una guía inercial para dirigirse hacia el blanco y, al llegar a una distancia predeterminada en el momento del lanzamiento, propulsaban algunas decenas de pequeños ingenios, cada uno con un diferente sistema de guiado (por masa, por calor, por sonido y por rebote de emisiones electromagnéticas), con la esperanza de que alguno alcanzase su blanco.

La principal función de los Panal era la interceptación de armas autoguiadas de ataque al suelo, que suelen ser rápidas, pero no alteran su trayectoria al llegar la amenaza. Un avión tripulado puede cambiar su rumbo al detectar la aproximación y cuando las submuniciones se separen del misil matriz, sus objetivos simplemente no estarían allí.

Los Mk 20 se acercaban en dos grupos. El más cercano estaba formado por los ocho aviones que habían efectuado el ataque contra los transportes. El segundo, ligeramente más atrasado y en ángulo convergente, eran los cuatro que se habían dirigido a interceptar a los cazas de desembarco, a los que la maniobra de interposición de aquellos los había dejado ligeramente apartados.

Sorprendentemente, y ante la que supongo sería atónita mirada de las dotaciones de los Mk.88, los cazas de Torres no variaron su rumbo, y los dos multimisiles lanzaron su mortal carga a la óptima distancia de mil setecientos metros. Unos segundos más tarde, cinco de los atacantes fueron alcanzados fatalmente. Las cabezas de los Panal tenían una pequeña cantidad de explosivo, muy inferior a la de los misiles Grieta, y cuatro de los cinco pilotos pudieron salvar su vida al eyectarse de sus condenados aparatos.

Tras sufrir el ataque, los supervivientes iniciaron las acciones evasivas que deberían haber realizado antes, y se alejaron hacia el oeste, para no volver a aparecer sobre el desfiladero.

Mientras tanto, los cuatro restantes del segundo grupo lanzaron una andanada de misiles Rayo sobre la pareja de Mk.88, dos segundos antes de que ambos grupos se cruzasen en el aire. Sin tiempo para reaccionar, múltiples impactos dejaron muy mermada la capacidad de uno de los dos aguerridos vehículos, que aceleró y ganó altura en un intento de volver a la órbita. Finalmente, tras describir dos giros completos al planeta, se vio forzado a aterrizar en la base aérea avanzada de la Brigada de Thomason, donde permanecería sin reparar hasta el final de la campaña.

El segundo caza de desembarco, con algunos daños menores y enfrentado a unos enemigos que le cuadruplicaban en número, evitó alejarse de la zona para dar una oportunidad a los transportes. Pero para entonces, éstos ya habían realizado sendos aterrizajes de emergencia en el desfiladero, a la espera de que la situación mejorase.

Lo que había ocurrido hasta ese momento cuesta más tiempo leerlo que vivirlo. Desde que los Mk.88 detectaron a sus enemigos hasta que el primero de aquellos tuvo que retirarse gravemente averiado habían transcurrido apenas treinta segundos. En esas situaciones, la mente humana funciona a una velocidad que enlentece la de sus formidables máquinas, y cada momento parece durar una eternidad.

Thomason había enviado refuerzos para finalizar la evacuación, pero era posible que Torres enviase más unidades aéreas, y su fuerza era casi tres veces más grande.

El dañado Mk.88, a Mach 6 necesitaba más de trescientos kilómetros de radio para describir un giro completo y volver hacia sus atacantes. Éstos, manteniendo un vuelo seis veces más lento, pudieron invertir su rumbo de manera casi instantánea para continuar el combate.

En ese momento, los transportes se encontraron sin oposición aérea por lo que no esperaron los refuerzos y terminaron la operación de rescate sin sufrir más bajas.

Fueron evacuados los quince miembros de la patrulla, seis de ellos heridos, algunos de gravedad. Habían causado más de cuarenta bajas en las fuerzas de Torres.

Mientras tanto, el Mk.88 superviviente había alejado a sus perseguidores del combate lo suficiente para, tan pronto como recibió el aviso del fin de la operación, acelerar y volver a su base en la órbita geoestacionaria.

Así terminó el primer enfrentamiento entre militares de La Tierra desde los tiempos anteriores a la unificación.

Recapitulemos lo que había pasado desde el punto de vista estrictamente técnico: un escuadrón completo de los aviones más sofisticados del momento, con toda la ventaja de su parte, había atacado tres transportes lentos y prácticamente inermes, a los que habían defendido dos enormes cazas de desembarco poco adecuados para la misión, que evitaron por todos los medios realizar acciones ofensivas. Como resultado, uno de los transportes había sido destruido y uno de los cazas defensores seriamente averiado. Cinco agresores habían sido abatidos mediante un único ataque, cuyo porcentaje de éxito era bastante bajo.

¿Qué conclusiones podemos sacar? Desde mi punto de vista, los pilotos de Torres actuaron pobremente, sin aprovechar las muchas ventajas de sus aparatos, sin tener una idea de cómo enfrentarse a la amenaza. Fueron incapaces de cumplir su misión y sufrieron unas bajas que con una táctica adecuada hubieran sido mucho menores. Eso sólo puede deberse a dos motivos complementarios: una preparación insuficiente y un liderazgo defectuoso.

La razón hay que buscarla en cómo fue creada la tan cacareada “Fuerza de Élite”: su personal procedía de dos destinos principales: las Fuerzas Armadas y los miembros del partido de Azhid o sus simpatizantes. De entre los primeros, se seleccionó a sus miembros por criterios de afinidad ideológica, dejando a un lado sus aptitudes profesionales. Los segundos, por su parte, apenas tenían formación militar, por lo que, salvo excepciones, estaban encuadrados en las unidades de infantería.

Tras este incidente, Churruca, como escribió en sus memorias, se encontraba desolado, con un sentimiento de fracaso asentado en cada fibra de su cuerpo. Sin embargo, tenía al mismo tiempo la convicción de haber agotado todos los demás caminos y su resolución era más firme con cada informe que le llegaba de las atrocidades cometidas contra los habitantes del planeta.

El ataque a sus fuerzas, no obstante, suponía un cambio radical en los planteamientos legales, y le daba el argumento que necesitaba para acabar con toda la operación que había ordenado Azhid: Torres no sólo había desobedecido la orden directa de su superior jerárquico, sino que había atacado a las fuerzas que éste había mandado para controlar sus actuaciones.

Esa misma tarde, Churruca solicitó un contacto holográfico con la general, que se estableció casi de manera inmediata, tal era la indignación en que se encontraba la mujer, que demostraba que soportaba muy mal la presión.

En la grabación que se conserva en el Museo de Regina Sacra se escucha una primera parte en la que Torres lanza un torrente de improperios sobre su superior, el cual no hace ningún esfuerzo por rebatirla. Es sólo cuando la mujer calla que el almirante, con voz solemne, y siguiendo los formulismos de la época, le va desgranando cada uno de los cargos de los que se la acusa: desobediencia a un superior, insurrección armada, rebelión y genocidio. Le ordenó acantonar su división y transportarse inmediatamente al Halcón, buque insignia de la flota, donde sería puesta bajo arresto.

Naturalmente, Torres ignoró las órdenes con el desafiante “ven a buscarme” que ha quedado grabado en el recuerdo colectivo de nuestro planeta como muestra de la cerrazón y la intolerancia.

Sin embargo, la situación en la superficie era totalmente insostenible para la División Especial Número Uno: concentrados en sus bases, eran blanco fácil para un bombardeo orbital. Dispersos, la brigada de la Fuerza de Tareas 58 podía establecer superioridad local e ir derrotándolos en todos los enfrentamientos. Además, sus regimientos aéreos no podían competir con dos alas de cazas de desembarco, a las que había que sumar los Mk.19 basados en tierra. La única esperanza de Torres era obtener ayuda exterior, pero toda la flota parecía estar en manos de sus ya enemigos declarados

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